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Aquí no es bienvenido el otoño. /Nadie lo espera/ a la orilla de ningún río melancólico/ que esconda en su cauce los secretos del mundo”. Esto que escribió el peruano Eduardo Chirinos puedo suscribirlo en Sevilla esta mañana. Noviembre va camino de voltear su hoja del almanaque y acabo de cruzar el puente en manga corta.
No es que esta ciudad haya estado alguna vez suscrita al otoño. Baste repasar su cancionero para confirmar que aquí saludamos en exclusiva a la primavera. No recuerdo sevillana, tango ni rumba, tampoco soleá, liviana ni toná que ensalce los tonos del octubre hispalense. Habrá quien rechiste que es que el otoño es de tristes. Será porque no ha conocido una ottobrata romana, un día de octubre con la bruma mandando sobre las cúpulas divisadas desde Gianicolo, ni una caminata sanabresa hasta un bosque de tejos milenarios. Es verdad que el otoño sevillano no nos luce como cuando mayo apunta y lo va todo ensanchando –acabo de guindarle un endecasílabo a Celaya–; las hojas caducas alfombran San Lorenzo y poco más; es verdad que ver humear los puestos de castañas con 30 grados a mí me agobia. Mas no recuerdo una derrota del otoño como la de este año.
Quienes niegan el cambio climático, sus efectos y ante todo sus causas, lo tienen difícil para seguir en sus trece. Y esto que afirmo no lo derogaría ni que mañana la Alfalfa amaneciera cubierta de nieve. Las gotas frías, propias de finales de verano y principios de otoño, hoy arrancan las bombillas navideñas. Me malicio que Sevilla va a ser y ya está siendo una de las damnificadas por el colapso ecológico. El aumento de las olas de calor no es una sensación sino una evidencia. Al veranillo de San Miguel le ha seguido el del San Martín y, a este paso le seguirá el de la Purísima. Habrá quien diga: ¡Ole, primavera en Sevilla todo el año! Que un cuñao se alegre del veranillo eterno resulta hasta entrañable. El problema viene cuando autoridades como la consellera valenciana recién destituida, Nuria Montes, llegan a afirmar: “Si algo bueno trae el cambio climático es la extensión de la temporada turística, y es que el buen tiempo prácticamente domina durante todos los meses del año”. Hasta aquí llegó la sandez y la riada del 2024.
Algo tendremos que ver en todo esto, algo tendremos que hacer y que evitar. Se me ocurre, para empezar, que Juanma Moreno, que en estos días presume de agenda verde en la Cumbre del Clima en Bakú, explique a tope por qué autoriza los nuevos vertidos tóxicos desde La Cartuja al Guadalquivir, de qué le advierten los científicos al respecto, qué informes independientes lo avalan, qué depuración es capaz de hacer desaparecer la carga contaminante acumulada (una bestialidad de litros) de tantos metales pesados, si aquí es bienvenido el otoño o si acaso ya nadie lo espera a la orilla de este río cada vez más melancólico.
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