Defensa del color de los días

La ciudad y los días

18 de septiembre 2024 - 03:07

Hoy, 18 de septiembre, faltan tres meses para el besamanos de la Esperanza única de los mortales, el primero, que el próximo año cumplirá un siglo. Para mí, el día más macareno del año junto a la mañana del Viernes Santo. Por eso en mi calendario devocional todos los 18 están escritos en verde, como todos los viernes lo están en morado y todos los domingos en blanco sobre fondo rojo. Es hermoso que los días señalados tengan colores que los hagan distintos de todos los otros días, siempre los mismos, siempre en la misma fecha o el mismo día si la fecha es movible, sin que ninguna interesada ocurrencia los altere. Nos permite eso tan hermoso que es esperar, ver venir, oír los pasos de lo que adviene, sorprendernos con lo tantas veces visto como si lo viéramos por primera vez a la vez que reencontrarnos con todo lo vivido como si en ese instante se condensara toda nuestra vida.

Es la expectación del gozo, la delicia sentida por la imaginación anhelante, la plenitud de lo que está por nacer, el momento de la espera y de la esperanza, como escribe la hispanista Jean Cross Newman al comentar Víspera del gozo, el libro en el que Salinas incluyó la delicada, evanescente, Entrada en Sevilla: la ciudad a “cuyo corazón recóndito y difícil” solo se llega paseándola “abandonado, como flotante en aguas invisibles, (…) sin adónde, querer ir , pero sin ninguna llegada”. Porque su corazón nunca se alcanza: “Estaba viendo Sevilla y aún tenía que seguir imaginándola”.

La víspera del gozo es un tema que perdurará en Salinas desde los luminosos años que vivió en Sevilla hasta su último libro, Todo más claro, publicado en 1949, dos años antes de su muerte, en cuyo último poema, Cero, escribe: “Cimeras alegrías, tremolantes,/ gozo inmediato, pasmo que se acerca: / la frase más difícil, la penúltima / la que lleva, derecho, hasta el acierto,/ perfección vislumbrada, nunca nuestra./ Imágenes que inclinan su hermosura/ sobre espejos que nunca las reflejan”.

Cada vez es más difícil, en lo que a los días coloreados por las devociones se refiere, gozar de las vísperas. Todo parece siempre presente, machaconamente, abusivamente, sin respetar las fechas que les son propias. No se ve venir, no se espera, no hay sorpresa. Solo cabe la resistencia íntima. Por eso si me preguntaran qué color tiene el 8 de diciembre, respondería: azul Inmaculada. Y ningún otro.

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