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Se cumple una década del día en que Jaén alcanzó la gloria en el deporte a través del fútbol sala. De ello da cuenta el libro “De sueño a leyenda” que acaba de publicar el periodista Jesús Mudarra. La epopeya del color amarillo del Jaén Paraíso Interior en tierras de Don Quijote.
Cuando Ciudad Real se convirtió en un ir y venir de jiennenses, cruzando Despeñaperros persiguiendo un sueño que al final se cumplió.
El destino quiso que la felicidad se encontrase muy cerca. Aquí al lado. En esa tierra de la que sólo nos separa una imaginaria frontera bajo el mismo cielo que compartimos, porque desde las entrañas de Sierra Morena mirando al horizonte nuestra vista se pierde en un mismo paisaje que pertenece a ambos territorios.
Desde tiempo inmemorial a los jiennenses se nos ha señalado a veces como manchegos y no como andaluces, tal y como cantaba la copla de Luisa Linares y Los Galindos. A mí sinceramente no me molesta, porque sé que dentro de mi origen hay unas raíces del Viso del Marqués.
Pero bien es cierto que muchos ciudadrealeños se asentaron en Jaén y forman parte de nuestro día a día.
Es más: de Brazatortas, Puertollano, Albadalejo, Fuencaliente y así hasta completar su extensa provincia resulta la procedencia de miles de matrículas de la Universidad de Jaén. No hay más que pisar el Campus de Las Lagunillas para cerciorarse que el acento manchego de los estudiantes de Ciudad Real prolifera en aulas, pasillos y la biblioteca de la UJA.
Ese mismo acento que incluso se deja medio sentir en la forma de hablar de algunas comarcas de la provincia de Jaén, con un deje manchego en quien habla que nada tiene que ver con lo que aparece en Canal Sur, porque en Jaén la pluralidad de acentos es notoria, curiosa, casi ilimitada y sorprendente.
El pasado verano al igual que muchos jiennenses siguiendo el color amarillo de la pasión peregrinan a Valdepeñas cuando el Jaén Paraíso Interior juega contra el equipo de fútbol sala de Viña Albali, otros tantos lo hicieron apoyando al último matador de toros que han dado estas tierras del Santo Reino: Gómez Valenzuela.
La plaza de toros de Valdepeñas se pobló de seguidores del torero de Pegalajar y el inconfundible acento de este pueblito de Sierra Mágina se hizo sentir en sus tendidos la tarde en que tomó la alternativa con un toro de Villamarta que fue lidiado en segundo lugar por una confusión en los corrales.
Aquella corrida de toros, con Antonio Ferrera y Julio Benítez El Cordobés resultó triunfal. El público: cariñoso, entusiasta y entregado. Una tarde en la que se hizo cierto que la fiesta de los toros es una auténtica fiesta en sí en cada lugar según quiera el pueblo.
Y francamente, en la plaza de toros de Valdepeñas si algo abundaban eran las botas de vino corriendo por los tendidos y el queso manchego haciendo lo propio de mano en mano.
Algo que ya vi tiempo atrás en la plaza de toros de Bolaños de Calatrava y en la de Argamasilla de Alba en un cartel que anunciaba a cuatro toreras a las que les regalaban cuñas de queso en cada vuelta al ruedo.
Si en el Quijote Arenas los jiennenses encontraron la felicidad hace diez años, en las plazas de toros de Ciudad Real yo reencontré un significado: que la tauromaquia es una fiesta del pueblo, un rito, un punto de encuentro y un viaje constante a la historia de España en el presente a través de los toros.
Aconsejo ver toros en Ciudad Real al menos una vez al año, para sentir una tauromaquia intensa, alegre y sobre todo diferente.
Y no hay prueba más evidente que ver toros en la rectangular plaza del santuario de Las Virtudes, porque es una experiencia que bien merece cruzar la frontera natural entre Jaén y Ciudad Real.
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