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Cuando se echan en falta personas sabias, capaces de descubrir los prodigiosos fundamentos de la vida, todavía importa más recordar a las que lo han sido, y continúan siéndolo, cerca de cumplir un siglo. Destaca, en este caso, Manuel Losada Villasante, aventajado discípulo de Severo Ochoa, con el que mantuvo enriquecedora cercanía, y catedrático de Bioquímica de la Universidad de Sevilla, tras ejercer docencia e investigación en la alemana Universidad de Münster y en la Universidad de California, Berkeley, además de dirigir, a su regreso, el Instituto de Biología Celular del CSIC. Hijo Predilecto de Andalucía, asimismo, Premio Príncipe de Asturias y preclaro candidato al Premio Nobel por sus trabajos sobre la fotosíntesis y los sistemas bioquímicos de conversión de la energía.
La sabiduría de Losada Villasante se aprecia todavía más por la sencillez de su carácter y su trato y tiene una aplicación particularmente alumbradora cuando procura aproximar, casi sin que pueda parecer factible o posible, ciencia y creencia. En uno de los muchos textos, no solo científicos, sino propiamente humanísticos, de Manuel Losada, pueden encontrarse valiosas reflexiones que ayudan en ese difícil propósito de encuentro. Se trata de su discurso de gracias al recibir la investidura como doctor honoris causa por la Universidad de Córdoba, el 11 de diciembre de 2008, al que puso por título Entre Córdoba y Sevilla, sin que falten entrañables estaciones en Carmona, donde nació en 1929. Escribía entonces sobre “tan abigarrado, accidentado e interesante viaje al final de mi vida”, pero afortunadamente la mantiene aún, asomado a la sevillana Plaza de Cuba.
Sostiene Losada que “para ser buen científico hay que dudar de todo lo que no se sabe con certeza científica”, y, por tanto, “hay que enfrentarse honesta y lúcidamente con la Historia real y única del Universo y de la Humanidad, y no rechazar jamás la evidencia ni mirar para otro lado”. Y afirma decidido una máxima que, bajo la apariencia de una verdad de Perogrullo, como el propio Losada dice, no lo es en modo alguno: “Hay que tener fe, pero solo se puede creer lo que es verdad”. Reconocía en aquel momento Manuel Losada vivir con esperanzas de eternidad, llegado el momento de despedirse de la vida. Y expresó algo que, desde hacía años, pareció verlo científicamente claro: “La existencia de un Ente Supremo –o de Algo o Alguien, lo Quequiera o Quienquiera que sea, a quien muchos llamamos Dios y Padre, Legislador del Universo y Creador del hombre– no ofrece en principio duda: no es cuestión de creencia, sino de ciencia pura y dura; no se trata de una hipótesis, sino de una tesis”. Sabio es quien lo dice y conoce misterios de la vida del todo ajenos al común de los mortales, por lo que cabe, al menos, prestarle algún crédito y aminorar el escepticismo que hace de la verdad algo inexistente o incognoscible.
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