
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Sevilla la sucia
Cuarto de muestras
En el laberinto en el que se ha convertido la política, los corruptos comparten una estética muy hortera y reconocible. La Cosa Nostra en España es cutre. Nos lo enseñó la operación Malaya, nos lo confirmó el caso de los ERE, nos lo corroboró la operación Kitchen. El caso Koldo nos ha cogido mayores y con experiencia. No falla, todos comparten el amor por las prostitutas, las mariscadas ordinarias y los animales disecados. Les suelen gustar las casas modernas y las obras de arte abstracto, muy abstracto, como si también quisieran encubrir algo en la pintura. Todos tienen el eterno aspecto de haber mal dormido, entre la resaca y las preocupaciones por las cuentas en el extranjero a nombre de terceros. No hay más que verlos, ser corrupto tiene una trabajera considerable y unos sastres horribles. Encabeza desde luego el delirio el diseñador de los abrigos Chesterfield de Bárcenas al más puro estilo Al Capone, a qué disimular.
Como si de un jeroglífico se tratase dejan rastros y espacios en blanco en esa rígida jerarquía que montan entre seudónimos, apodos e iniciales. Guardan a mal recaudo agendas, archivos y grabaciones. Se rodean de compañeros de viaje indeseables que, tarde o temprano, acaban por morir matando, según nos contaban antes las pelis buenas y ahora nos retransmiten en directo los informativos de televisión.
Cuando son descubiertos ninguno tiene la culpa y sienten ser víctimas de una trama más complicada y hábil que la suya propia. La sociedad no sólo hemos aprendido a convivir con ellos, sino que les perdonamos. Nos reímos de lo que debería avergonzarnos.
El otro día escuchaba con ternura a una política decir que el problema no era la corrupción, sino la gestión. Que había que impedir, poco más o menos, que los empresarios corrompieran a los políticos. Parecía como si los servidores públicos fueran los patitos de la feria que se pescan con una caña por los hábiles y desaprensivos capitalistas.
No robar cuando todos miran y no tienes oportunidad es fácil. Lo difícil, lo que depende de los principios y educación de cada uno es no robar cuando te han dejado solo y con el cajón del dinero abierto y sin contar. Cuando sólo depende de tu voluntad y honradez no caer en la tentación.
No se trata de castigar ni de endurecer las penas, se trata de educar. Y de no reír las gracias a quien se corrompa, tenga la ideología que tenga.
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