Tres personajes de los nuestros

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Íñigo Errejón, en una intervención en el Congreso.
Íñigo Errejón, en una intervención en el Congreso. / EFE

27 de octubre 2024 - 12:07

Jaén/Íñigo Errejón vivía en la tensión permanente del impostor. Una paradoja shakespeariana la suya, donde peleaban sin tregua la máscara, el personaje y la persona. Para esbozar su despedida escrita de la vida pública tuvo que convocar a los tres y así se explica el galimatías de su “confesión”. Un coro de voces internas: la persona intrínsecamente noble de grandes ideales, frustrada por el hombre de contexto neoliberal, patriarcal, machista y castigador; más la máscara pública que llevaba la voz cantante y producía eslóganes como tuits de usar y tirar. Con esta personalidad múltiple es más fácil distribuir la carga y la culpa implícita.

Llegaron denuncias anónimas, no investigadas y las más sustanciosas se intentaron tapar. Todas sabían, pero es de los nuestros. 

Ajusticiado por sus propias huestes en la pira pública X, enterrado el personaje queda pendiente el proceso legal para conocer su condena civil.  

José Luis Ábalos ponderaba desde el hemiciclo sobre la corrupción y por la noche se reconciliaba con su ‘alter ego’ en un reservado para cuadrar favores y pagar por los pecados de la carne. No hay sociedades pantalla suficientes para ocultar su trama, su tren de vida y la farsa andante del que fuera número 2 del Gobierno y, hasta hace un tiempo, fiel escudero de Sánchez. Sin oficio ni beneficio nos ha dejado una ristra de lastimeras entrevistas, mientras se refugiaba en su escaño del grupo mixto y esperaba su imputación. El juez ya envió al Supremo el escrito para investigarlo por “delitos de cohecho, tráfico de influencias y pertenencia a organización criminal”. ‘Peccata minuta’.  

En el partido sí sabían de su vida disoluta, de sus conductas crápulas, de sus vicios pocos comprometidos con el ideario socialista, pero era uno de los nuestros. Mientras tanto, el presidente del Gobierno pone ministros y tierra de por medio para evitar contestar preguntas delicadas y no, precisamente, de la Inquisición.  

 Intuíamos, pero, al final, tenemos certeza de que el bronceado de Zaplana no era natural. Ese truhan endomingado conquistó mayorías valencianas e hizo de su feudo un reinado fastuoso, donde todo era posible, también las mordidas que mantenían una maquinaria suiza del pelotazo. El partido intuía, pero ganaba y fue fichado por Aznar, premiado como ministro y portavoz del Gobierno. Daba la cara por un gobierno ejemplar mientras ocultaba cuentas millonarias en Luxemburgo y Suiza. Otro de los nuestros.

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