Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Dónde están mis cuatro euros?
Aver, ya puestos. Después de las últimas pesquisas que nos visten a nuestro Almirante de la Mar Océana poco menos que de Fallero Mayor del Reino, hora es de no quedarse atrás en esta subasta de sus genes y filiaciones. El espectáculo sensacionalista, con redoble de circo y fuegos artificiales desvelado recientemente, riguroso estudio científico al que le ha perdido venderse en el mercado del periodismo alarmista, me recuerda el caso de una añeja institución sevillana. A sus actos acudían sus miembros cada uno con una medalla distinta de las muchas que se habían acuñado en su historia. Hasta que una nueva directiva quiso resolverlo diseñando la que iba a ser la definitiva. Lo único que consiguió fue añadir otra más. Esto igual, si ya teníamos colones de todas las banderas, ahora se suma otra, y con poca verosimilitud visto el rechazo de los investigadores y especialistas. Olvidaron que la Historia es tan ciencia como la Física y para entrar en casa del vecino se ha de pedir permiso. Al cotejo genético no se le puede toser pero a las deducciones geográficas que le siguen, ahí los archivos pesan más que los microscopios. La fanfarria sensacionalista que ha envuelto lamentablemente los esperadísimos resultados del Dr. Lorente han sido un error de bulto garrafal. Y con el tufo políticamente sospechoso del catalanismo vecino. Otro cantar hubieran sido la teoría gallega o incluso la polaca que te dejan un no se qué de duda. Así que como por el mar corren las liebres yo me apunto a esta Feria colombina apostando con argumentos por el Colón sevillano. Al cabo uno (se decía) es de donde ha estudiado el bachillerato, o ha encontrado el amor… o (digo yo) ha tenido siempre ansia de regreso. Y aquí Sevilla gana por goleada. Antes de su gesta –me baso en Carlos Serra y en Jesús Valera– don Cristóforo pasó ya temporadas entre nosotros hasta en tres ocasiones, en las primaveras y veranos de 1485, 1488 y 1489: los años decisivos como los llamaba Juan Manzano. Tras regresar de su primer viaje, suman casi 4 meses sus dos estancias en lo más álgido de su biografía. Luego ocho meses las otras dos temporadas previas al tercer viaje. Y otros cuatro meses posteriores a éste y el medio año del tirón cuando ya las circunstancias no le permitan cruzar más al Atlántico. Total, más de dos años de patear nuestras calles en un ir y volver, una y otra vez, de Sevilla a América, de América a Sevilla para alguien tan nómada y de tan poco reposo. Eso significa mucho, y más si la huella que le deja es aquella paradisíaca que evocara en las Indias: “un aire como de Abril en Sevilla”. Qué otro lugar tiene tanta reincidencia, tanto asunto y tanto sosiego de alma para su incansable afán. Y como guinda, sus 130 años de descanso definitivo al que solo le cabía la última duda de que sus restos fuesen o no los verdaderos. Y eso, eso precisamente sí que lo ha venido a demostrar de modo irrefutable, sin sombra ninguna, el polémico estudio de los ADN: el Colón de verdad es el Colón que custodian los sevillanos.
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