Las dos orillas
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Lo de la Cátedra de Memoria Democrática que va a poner en marcha la Universidad de Sevilla es como si el Instituto Tecnológico de Massachusetts, el afamado MIT, fundase un aula dedicada a las ciencias ocultas. Es decir, algo completamente impropio e incomprensible que no debería tener cabida en la Hispalense, una institución académica con más de 500 años a sus espaldas.
Cuando el pasado es la materia a estudiar, una Universidad puede y debe crear todas las cátedras de Historia que sean necesarias, pero, desde luego, no es su misión impulsar tinglados cuya pretensión, como se ha visto en numerosas ocasiones, es sustituir la Historia científica por un relato moral de buenos y malos, que fue exactamente lo que hizo el franquismo al que tanto dicen detestar los memorialistas. La complejidad de la Historia, sus múltiples causas y efectos, no casan bien con esta herramienta de batalla cultural y política que llaman Memoria Democrática. Con la creación de esta cátedra, la Universidad de Sevilla pierde autonomía y criterio para colocarse al servicio de las modas que dicta el poder.
Nadie duda del retraso que acumula España en el rescate de los cuerpos que aún yacen en las cunetas, muchos de ellos víctimas inocentes del bando sublevado. Tampoco se duda de la necesidad de rehabilitar la memoria de tantos represaliados (de los demócratas, claro, no de los criminales maquillados por el antifascismo), pero una Universidad nunca debería amparar una doctrina que pretende dictar una versión única de la Historia, que anula cualquier intento de debate con descalificaciones de raíz estalinista como “revisionista” o “negacionista”, que persigue a los historiadores profesionales que se salen del camino previamente trazado en los despachos de los que no han pisado nunca un archivo.
La mal llamada Memoria Democrática no debe tener cabida en la Universidad si esta quiere conservar la seriedad. Recientemente, el historiador Manuel Álvarez Tardío denunciaba “la intimidación que algunos ejercen sobre los jóvenes investigadores para que no vayan por libre”. Es decir, para que no se atrevan a contradecir con sus trabajos las líneas fundamentales del chiringuito de la Memoria. Personalmente, conozco el caso de una joven profesora que fue “invitada” por sus superiores a dejar sus asuntos del siglo XIX y centrar sus trabajos en la Memoria Democrática. Si no hocicaba se quedaba sin becas. Es el camino más corto para destruir el prestigio de una Universidad.
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