Julián Aguilar García

Cartago y el Museo de Bellas Artes

04 de octubre 2024 - 03:10

Cuentan las crónicas que Catón el Viejo, allá por el siglo II antes de Cristo, terminaba todos sus discursos ante el Senado, cualquiera que fuese el tema sobre el que versaran sus palabras anteriores, con la frase siguiente: Ceterum censeo Carthaginem esse delendam (Además opino que Cartago debe ser destruida). O más breve y al grano: Carthago delenda est (Cartago debe ser destruida). O algo así. Que yo, aunque provecto, no estaba allí para atestiguarlo.

Catón, tan buen orador como persistente en sus peticiones (pelín rencoroso, el hombre), acabó lográndolo. Cartago fue destruida.

Lo anterior viene a cuento (o no) ante la exposición que se va a inaugurar en el Museo de Bellas Artes de Sevilla dentro de unos meses, con obras de El Greco, Goya, Zurbarán, etcétera, con lienzos, según leemos en prensa, prestados por el Museo de Bellas Artes de Bilbao, aprovechando que éste va a acometer unas ambiciosas obras de ampliación. Lo que está muy bien. Pero mucho mejor estaría que fuese el Museo sevillano el que iniciara (y luego terminara, pequeño detalle) sus propias obras de ampliación, tan necesarias como postergadas. Llevamos oyendo hablar de esa aspiración desde que Julio César cercó Sevilla de muros y torres altas. Como poco.

Ampliación que, en mi ignorancia, diría que tiene obviamente sentido empleando el edificio de la calle Monsalves. Dejémonos de llevar a la Fábrica de Tabacos los cuadros que se pintaron para colgar en el Convento de la Merced (¡esta terrible desamortización, que a tantos aprovechados enriqueció empobreciendo nuestra cultura y nuestro arte, saqueando a las órdenes religiosas!).

¿A qué espera el alcalde (éste y el anterior y el previo y su precursor y…) para estar todos los días en los periódicos metiéndole presión a la consejera del ramo y a quien proceda? ¿A qué espera la consejera?

Si no, va a pasar con el engrandecimiento del Museo como con los otros cuentos de la lechera del cachondeo con Sevilla: el cachazudamente ensanchado puente del Centenario (las obras del de Rande, en Vigo, en una actuación similar y con menos experiencia, terminaron hace casi una década, a ver aquí cuándo acaban); el parsimonioso proyecto del puente, ex túnel, de la SE-40 (¿para cuándo una investigación sobre los muchísimos millones de euros de impuestos dilapidados en el túnel nonato, que hace diez años era posible y ahora dicen –¡ja!– que no es factible?); la conexión ferroviaria con el aeropuerto; etcétera. En fin, ya saben, todas esas cositas, apenas naderías, que melancólicamente aparecen de vez en cuando en los medios, año tras año, sin que se les vea el final. Como todos los grandes proyectos, éste no es fácil, por supuesto. Problemas técnicos, urbanísticos, financieros. Pero, sobre todo, el principal problema es de falta de voluntad política y de claridad de ideas. Si no se quiere hacer algo, siempre hay excusas. Si no se sabe a dónde se quiere ir, es difícil llegar.

Ya sabe, alcalde, decida e insista: el Museo debe ser ampliado.

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