Santa Teresa y Sevilla
Cambio paradigmático
Sin duda conocerán el estudio publicado por un conocido banco que detalla el impacto del cambio climático en nuestra industria turística. Dicho informe señala que las provincias más cálidas, como las del bajo Guadalquivir, podrían experimentar una caída del 10% en la afluencia turística en los próximos años, a menos que se tomen medidas para frenar la escalada de temperaturas. No seré yo quien ponga en tela de juicio este asunto, es más, creo que el deterioro de la vega bética, es un hecho notorio y preocupante. Pero no es, ni por asomo, el único contratiempo: la creación de una nueva ley turística, que algunos ya han denominado Gran Hermano, ilustra de alguna forma la naturaleza restrictiva de esta inédita normativa. La rivalidad en destinos aéreos con ciudades vecinas se ha convertido en el sainete repetitivo de todos los años, así como los problemas atraídos por los apartamentos turísticos. Además, el asedio constante a nuestros monumentos y restaurantes hacen crecer la indolencia del sevillano medio, que ve como su espacio natural se limita y encarece de forma progresiva. Y si focalizamos el tema en el sector servicio, resulta sorprendente que una provincia como Sevilla, cuyos ingresos en la materia rozan el 20% de su PIB, no haya encontrado un modelo definitivo. Las escuelas de hostelería sevillanas encuentran cada año más complicado localizar perfiles acordes. De igual manera, los empresarios muestran un desánimo permanente debido a la carencia de personal cualificado y a la falta de compromiso de los empleados –un signo de los tiempos–. Por otro lado, los asalariados reclaman mejores condiciones y comparan su situación con la de otras provincias, donde, al parecer, se trabaja en marcos más favorables para ellos. Como ven son muchos los inconvenientes que nos aboca a una falta de competitividad de difícil solución si no implicamos a todas las instituciones de forma conjunta para hacer del sector no solo una actividad rentable, sino también un motor de desarrollo personal que dinamice de manera positiva la ciudad con la contundencia que merece. Piensen en otros países como Francia, y no digamos en otras regiones del norte de España: en ellas, las instituciones políticas han acertado al brindar un verdadero respaldo a la industria turística, han protegido la formación del sector y lo han revestido con el púrpura imperial de la gastronomía, insuflando un orgullo patrio en sus conciudadanos. ¿Por qué no soñar con algo parecido en nuestra querida Sevilla? Tenemos todos los mimbres para lograrlo: historia, monumentalidad, servicios y… magia. ¿Sería mucho pedir excelencia, teniendo ya lo más difícil? Es nuestro deber actuar, ya que nos jugamos mucho, y también creérnoslo; como cualquier cambio que se precie.
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