Para bellum

Vericuetos

05 de octubre 2024 - 08:00

El pasado 2 de octubre, Rosh Hashaná (año nuevo judío), se celebró el Día Internacional de la No Violencia; y en lugar del shofar resonaron las sirenas, como si de una profecía bíblica se tratara. Pero no hablaré más de este conflicto, porque con presenciarlo a diario ya es suficiente. A lo que sí me referiré será a la violencia como fenómeno sociológico, característica humana y circunstancia compartida.

Ya sea en el campo de batalla, en un estadio de fútbol, en una reunión de vecinos, en un atasco o en nuestro propio subconsciente, la tendencia a ser violentos nos consume la energía y pone de manifiesto más vísceras que razón, independientemente del nivel cultural de cada cual. La violencia surge como un agujero negro que engulle toda buena intención y medida de contención que apliquemos.

Es más, a menudo se fomenta y premia el ser mala persona, competitiva y agresiva con tal de cumplir objetivos, ya sean laborales o personales. Nos dejamos llevar por la vehemencia, los impulsos y el triunfo por encima de todas las cosas. Ceder es una debilidad; escuchar, un impedimento; dialogar, una pérdida de espacio y tiempo.

Por ello, la historia de la humanidad siempre ha sido un eterno retorno, donde se olvida lo aprendido de forma cíclica. La piedra de Sísifo, las manzanas de Tántalo y el hígado de Prometeo así lo atestiguan... Parece que la paz es una asíntota a la que aspiraremos eternamente sin alcanzarla jamás por completo y cuanto más cerca estemos de lograrla más profundamente caeremos de nuevo en la sombra de la frustración. Porque el violento es, en realidad, un ser frustrado; un mediocre y un infeliz que solo se siente realizado compartiendo su maldad.

En la actualidad nos ha tocado vivir una época donde ya no existen los periodos de entreguerras, ni los intervalos de estabilidad social. Todo es acción y reacción; estímulo y respuesta; defensa y ataque... Atrás quedaron las largas eras doradas, las tardes sin fin y los días sin noticias. En cambio, ahora todo se precipita a la velocidad de la luz y antes de que escuchemos siquiera las trompetas del fin del mundo estaremos muertos bañados por un destello. Los que queden en pie se mirarán, aprenderán y, tarde o temprano, olvidarán de nuevo lo sucedido, para gloria de nuestro violento sino como especie. Un sino que sin duda nos hace avanzar, pero en círculos... 

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