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Ildefonso Ruiz
¿A qué esperas, Alberto?
Fue el martes 14 de julio de 1789 cuando el pueblo de París tomó la prisión de La Bastilla para conquistar su libertad, acabando con los privilegios del Antiguo Régimen. Desde entonces han pasado dos siglos y siete lustros, han rodado millares de cabezas, se han ganado dos guerras mundiales y los deportistas españoles seguimos mojándole la oreja a los franceses. Pero cuando se trata de dar lecciones de integridad política no existe ningún país como Francia.
Hace pocos días, con una extrema derecha en pleno auge y desvergüenza pública, se celebró la primera vuelta de las elecciones a la Asamblea Nacional, dando unos resultados paradójicos para un Estado cuyo lema es Libertad, Igualdad, Fraternidad. El fomento del odio al inmigrante caló como fina lluvia a una sociedad ávida de recuperar una supuesta identidad perdida, quién sabe si basada en su glorioso pasado colonial.
Todo apuntaba a la abultada victoria de la hija de un neonazi ante la incrédula mirada, no solo del resto de países, sino sobre todo de la propia sociedad gala que no entendía cómo había llegado a caer tan bajo como para votar una ideología que décadas atrás fue combatida hasta la muerte. Pero, contra todo pronóstico, puede decirse que el susto mereció Le Pen y en segunda vuelta, de nuevo en un mes de julio, la democracia logró frenar a la sinrazón de quienes creen que el mundo les pertenece como una propiedad.
A veces, para conocer el peligro que supone el fuego, hay que jugar con él. En ese lance aprendemos a controlar las llamas, usar el viento para dirigirlas y avivar las ascuas para, llegado el caso, cocinar al gusto o forjar armas sin provocar un incendio. Y eso es lo que ha sucedido más allá de los Pirineos: un simulacro para prevenir quemaduras de primer grado y posibles víctimas mortales. Porque puede resultar entretenido imaginar al loco o loca de turno siendo rey o reina por un día, pero otra bien distinta comprobar que eso mismo puede suceder mañana. Cuando se bromea todo se permite; pero al dejar de reír surge la realidad más oscura. Francia nos ha enseñado con una comedia de Molière lo cerca que estamos de la nada de Sartre o del pesimismo de Cioran. Por fortuna, en esta ocasión, la partida se ha ganado; pero no tendremos siempre la misma suerte...
Como diría cierto general que se alojó en el Parador de Jaén: Paris! Paris outragé! Paris brisé! Paris martyrisé! mais Paris libéré!
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