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José Manuel Serrano
Moreno y su talón de Aquiles
El árbitro del partido de Copa Real Sociedad-Real Madrid, el colegiado Sánchez Martínez, tuvo que interrumpir el partido en San Sebastián cuando un sector de la grada empezó a gritar “¡Asencio, muérete!”. La denuncia en la que está inmerso el joven defensa de la cantera madridista sigue su curso, pero es preocupante que la masa se erija en juez, la muchedumbre de la que habla Stefan Zweig cuando describe los insultos contra María Antonieta camino del cadalso.
“¡Asencio, muérete!”. La piel muy fina contra una violencia que merece el repudio pero por ahora es opinable, interpretable; y esa misma piel muy gruesa contra una violencia mucho más explícita que se tasó en autopsias, morgues y funerales (muchos a escondidas). La Real Sociedad es un equipo que siempre cayó muy simpático. Un donostiarra, Bienzobas, logró en 1929 el primer Pichichi. Un año antes, la Real disputó frente al Barcelona en el Sardinero la final de Copa que refleja Alberti en su Oda a Platko. La Real Sociedad ganó dos títulos consecutivos de Liga en 1981 y 1982, con Leopoldo Calvo-Sotelo en la Moncloa. En ese bienio, la Eta cometió 72 asesinatos, dos menos que los 74 contabilizados los dos años siguientes, en los que el título fue para el Athletic de Bilbao. Hace mucho tiempo, es verdad, pero bastante menos que el periodo ahora revisado por los paladines de la Memoria Democrática, revisionismo que tiene entre sus avalistas nada menos que a Bildu. Dudo que por entonces, en aquellos años de plomo, se interrumpiera algún partido en Donosti o en San Mamés para afear esos asesinatos cometidos en el terruño.
Guipúzcoa fue la provincia más castigada en las acciones de Eta. Un total de 319 víctimas mortales, según el recuento del libro Vidas Rotas (Espasa). Los vascos han sido los principales destinatarios de esa violencia delirante, igual que los musulmanes lo son del terror yihadista y la población gazatí lo sufre igualmente del ojo por ojo de cíclope de Israel y del Thermidor de Hamas.
Raúl Asencio, el objeto de esos miserables cánticos, nace el 13 de febrero de 2003 en Las Palmas de Gran Canaria. Cinco días antes, Eta asesinaba en Andoain a Joseba Pagazaurtundúa, sargento de la Policía Municipal de dicha localidad. Formaba parte del colectivo ¡Basta Ya!, surgido tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Dos años antes que a Pagaza mataron en Andoain a su amigo el periodista José Luis López de Lacalle. A Pagazaurtundúa lo mataron con la misma pistola que el 6 de mayo de 2001 usaron para asesinar a Manuel Giménez Abad, presidente del PP de Aragón, cuando iba con su hijo a La Romareda a ver un partido del Zaragoza.
Maite Pagazaurtundúa defendió el legado de su hermano en el Parlamento Europeo y siempre ha negado la teoría del conflicto, “como si cupiera un lugar intermedio entre el verdugo y la víctima”. Su madre, Pilar Ruiz, vasca de Rentería, Madre Coraje contra el PNV y contra los socialistas que se acogieron a la doctrina Eguiguren (“¡Qué solos se han quedado nuestros muertos!”, le dijo en 2005 a Patxi López), acaba de fallecer. Había nacido en 1932, el mismo año que Teresa Barrio, la madre de Alberto Jiménez-Becerril. El de Joseba es un crimen del siglo XXI, no del 36 ni de la posguerra.
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