
Vericuetos
Raúl Cueto
Opuestos
Cuarto de muestras
Hay poetas y poemas que se quedan dentro. Quizás, porque nos enseñan a detenernos, a mirar el mundo iluminando su infinito misterio. A lo mejor, porque nos hacen seguir a ciegas un camino invisible que nos une y nos vuelve trascendentes. Acaso, porque nos revelan la íntima verdad de las cosas. Tal vez, por ser los únicos que saben desnudar las palabras. Sí, hay poetas y poemas que nos acompañan toda la vida. Son como esas flores silvestres que vamos cogiendo a nuestro paso no tanto por lucirlas en un jarrón como por disfrutar de ellas en el camino y que nos acaricien el alma. Son tan preciados porque no son cultivables ni aprehensibles, no podemos llegar a ellos sino desde el corazón. Y ahí se quedan para siempre.
No hay mayor don que el de leer un poema que sentimos nuestro y volver a sus versos como quien vuelve a un paisaje, a una casa, a un tiempo detenido, a nosotros mismos, a esa fragilidad extrema que es un instante de la vida reflejado en la voz de un poeta. Ese fugaz misterio lleno de sutilezas y abismos que nunca se desvela del todo, que nace de la soledad, pero se comparte y nos cautiva.
De entre esos poetas escogidos, es Eloy Sánchez Rosillo quien se asoma en mi vida a cada paso. Lo hace con su mirada limpia, serena y agradecida. Con su voz sencilla y clara, heredada del mejor y más inalcanzable Antonio Machado. Con su difícil, consciente y desprendida desnudez. Con sus íntimas narraciones donde siempre se hace la luz, de donde nacen. Es su tono íntimo y verdadero.
He visto crecer su frondoso árbol poético, profundizar sus raíces y brotar sus ramas del verde más puro y delicado. Me he cobijado a sus pies los días más inclementes y me he quedado dormida con el dulce canto de los pájaros que en él se posan. Ese árbol del vivir que tiene la sabiduría eterna de la infancia que tan bien supo retratar en La rama verde.
Acaba de regalarnos un nuevo libro, Venir desde tan lejos, en el que por primera vez mira al presente no como presente mismo, sino como pasado, como si la poesía y la luz que le alumbran pudiesen apagar su fulgor, callar su canto. Como si el tiempo se hubiese colmado mientras mira caer las hojas de ese árbol que es su obra, su sueño cumplido. Por primera vez es casi invierno en su poesía y ve como lejano el orbe bullicioso. Evoca El viaje definitivo de Juan Ramón. El ciclo se ha cumplido, nos dice. Se aparta de las ramas que le han dado cobijo y ve como se poblarán de hojas nuevas y pájaros recientes. No habrá entonces árbol ni ramas ni pájaros que no sean canto suyo, hojas verdes de su poesía más pura.
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