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Ildefonso Ruiz
¿A qué esperas, Alberto?
El sueño de la clase trabajadora es trabajar menos. El de la empresa obtener más beneficios. El de cualquier gobierno recibir votos de ambos... En ese mar tempestuoso de quieros y no puedos se enmarca la realidad cotidiana del conjunto de la sociedad y al final, por el bien de todas las partes, todas sin excepción suelen salir perjudicadas.
Llevamos meses (nueve lunas de embarazo) ejerciendo de convidados de piedra en las negociaciones entre todos los actores del sainete que supone la reducción de la jornada laboral sin que se perciba una solución clara al enredo, expectantes por el resultado y por cómo influirá en nuestras vidas. A menos horas trabajadas mayor conciliación familiar, pero también mayor incertidumbre ante los pasos que realizará la patronal para paliar esa pérdida de productividad.
Podemos encontrarnos con diferentes escenarios: mayor contratación e incremento de cotizantes a la Seguridad Social; mayor exigencia en las empresas dotando de mayor carga de trabajo en menor tiempo; despidos para externalizar los servicios a otras empresas; mayor precariedad fruto de jornadas parciales... O que todo vaya bien y comamos perdices. Cualquier alternativa es posible y cuando eso sucede crece el recelo, haciendo que al final se prefiera lo malo conocido.
No es ningún secreto que en España nadie se hace rico trabajando para otro, de ahí que el verdadero sueño húmedo de todo español que se precie sea la función pública, donde crecen verdes prados de tranquilidad a la sombra de Papá Estado, lejos de los nubarrones del despido y el desempleo. Siempre se ha dicho que hay dos Españas: la húmeda y la seca. Y eso también se cumple en el ámbito laboral, donde la empresa privada es un secarral en el que apenas si manchan el suelo unas cuantas gotas refrescantes en forma de convenios colectivos dignos.
A estas alturas solo queda clara una cosa: los lunes seguirán siendo lunes. Es más, ustedes y un servidor seguiremos madrugando, seguiremos llegando puntuales a nuestros puestos de combate, seguiremos deseando otra vida y seguiremos sufriendo o, en el mejor de los casos, presenciando conflictos entre compañeros. Y todo por un módico precio, que es justo el precio por el que hemos vendido nuestra alma al diablo del capital. Pero no quiero desmotivarles, porque seguro que ustedes disfrutan mucho de su labor, se sienten realizados con lo que hacen y son felices con el salario que reciben. Así que ánimo, que ya mismo es lunes...
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