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Son testimonios incómodos, por ello, unos y otros, han procurado olvidarlos. Los han olvidado aquellos andaluces que, provistos, como mucho, de una maleta de cartón o de madera, debieron dejar hogar y familia para trabajar en tierras lejanas, porque, pasado el tiempo, han querido borrar el recuerdo de unas imágenes que traían a su memoria los duros esfuerzos empleados para sobrevivir. También los han olvidado los beneficiados de la llegada de esta mano de una obra barata que les permitió rentabilizar y extender negocios e industrias. Entre estos últimos, se han mostrado los más desmemoriados los catalanes y vascos que, con la llegada de esta fuerza manual, alimentaron sus fábricas (que, en algunos casos, habían tenido instalaciones precedentes en Málaga, y fueron desmontadas, ante la desidia del Gobierno central). Gracias a estas nuevas oleadas obreras, facilitadas por la emigración desde una Andalucía desamparada, al proteccionismo oficial del que ya gozaban las comunidades más ricas se unieron nuevas prebendas. Este efecto llamada de entonces se convirtió en un gran negocio para las inversiones y manufacturas del norte de España. Aunque también salvó de la miseria local a muchos andaluces. Pero extraña que un fenómeno con tanta repercusión económica y social, desde los años cincuenta del pasado siglo, haya quedado tan postergado y enterrado. Quizás porque un deliberado olvido es el mejor remedio para acallar mala conciencia y sentimiento de deuda. Por eso, se explica también que haya tantos hijos y nietos de emigrantes andaluces votando y militando en partidos nacionalistas. Quieren acallar un injusto pasado. Pero afortunadamente, no todo es olvido, y Rafael Jurado Arroyo, centrándose en el apoyo gráfico de una buena serie de fotografías, ha recuperado partes de las huellas dejadas, transitando con sus maletas por aquellos raíles que tanto alejaron a los emigrantes del calor de sus tierras. A la angustia de los trayectos, se unía la extrañeza ante un mundo laboral desconocido. Paso a paso, el autor de libro reconstruye, a partir de testimonios gráficos bien analizados, los enfrentamientos culturales que suponían adentrarse en mundos tan ajenos. No conviene tampoco olvidar que ese conocimiento también supuso un aprendizaje del que, tras los retornos, Andalucía consiguió beneficiarse. Un libro, pues, Raíles y maletas. El fenómeno de la emigración andaluza (1950-1980), publicado por la Fundación José Manuel Lara y la Junta, en momento sumamente oportuno.
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