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Ildefonso Ruiz
¿A qué esperas, Alberto?
Vericuetos
Han pasado varios años desde que nos impactaran las terribles imágenes de Fukushima, Banda Aceh o Nueva Orleans. Ciudades enteras arrasadas por el avance del agua en unas escenas dignas del cine de catástrofes, donde el cambio climático es el claro protagonista. Tsunamis y terremotos formaban parte del miedo colectivo pero, a la vez, resultaban lejanos y ajenos a nuestra geografía.
Valencia lo ha cambiado todo, como ya hiciera en su momento Biescas. O quizá no; el tiempo lo dirá. Lo que sí ha mutado ha sido el silencio servil de la sociedad española ante una mala gestión y para la historia quedarán la lluvia de cañas y barro sobre la realeza y los policías a caballo rodeados del pueblo, cual mamelucos goyescos. Aunque no olvidemos que esa mala gestión comenzó hace décadas con la autorización indiscriminada de edificaciones en zonas inundables, sin que nadie (ni administraciones ni propietarios) cayera en la cuenta de que el ladrillo trae burbujas, pero son las víctimas las que flotan en cada riada…
La política española, enfangada como está por la incompetencia de sus intereses, hace aguas cual Albufera. El fango les ha ensuciado el rostro, que no los zapatos, a todos los políticos y muchos de ellos arderán en las próximas Fallas. Posiblemente ninguno merezca salvarse de la cremà y ya llegará el momento de ajustar cuentas penales por su burocrática pérdida de tiempo e incapacidad consumada. Anegados como estamos de propaganda vomitamos/votamos siempre en contra del rival, convirtiendo la militancia de cada cual en un dogma de fe y la del contrario en herejía. Nos creemos el relato que más nos conviene y así, en mitad de la tormenta, todo son nubarrones en nuestra mente. Surgen entonces los Cids salvadores cabalgando por las playas y les jaleamos cegados por el brillo de sus armaduras sin percibir el hedor de su aliento lleno de odio, como jinetes del Apocalipsis que son. ¡Qué asco de gentuza!
Afortunadamente esta tragedia nos ha recordado una cuestión fundamental en nuestra Constitución: La soberanía nacional reside en el pueblo español. Las manos, botas y escobas de la gente, así como la solidaridad demostrada por todo un país lo atestiguan de forma meridiana y ese mensaje ha calado profundamente en los poderes públicos, temerosos de insurrecciones y Fuenteovejunas. Con un poco de suerte, cuando las calles dejen de oler a muerte y vuelva el aroma a paella y mar, no recuperaremos la normalidad. Es decir, no volveremos a caer en la trampa de los trileros de las competencias. Confío en que después de esta nueva decepción maduremos lo suficiente para creernos de verdad ese artículo primero de la Carta Magna. Pero quizá confío demasiado…
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