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Rafael Sánchez Saus
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De las elecciones europeas, lo más reseñable ha sido la irrupción de Se Acabó la Fiesta, la agrupación del llamado Alvise, uno de esos destroyers creado por las redes sociales capaz hoy día de meter en la urna ochocientos mil votos, con el mérito además de que el noventa por ciento que no lo han votado ni siquiera sabían de su existencia. La gente lo compara con el Ruiz-Mateos friki y alborotador que movió a las simpatías electorales de muchos a finales de los ochenta, pero a mí me recuerda más a la aparición, también casi por sorpresa, del primer Podemos de las europeas de 2014.
Aunque el votante de este Alvise tiene poco que ver, por origen e ideología, con los que salieron de las brasas bien calientes del 15-M, sí tienen algo en común: su desafección por la política tradicional y su desprecio por las estructuras que han venido sosteniendo nuestro maltrecho Estado del bienestar, en España y en Europa. Uno puede ser muy de izquierdas o muy de derechas, pero ante la triste realidad, pongamos por caso, de la condena al salario precario o el precio imposible de la vivienda, la salida más fácil no es sustancialmente distinta: saltarse la barrera de lo políticamente correcto para caer en los brazos de estos apóstoles redentores del apocalipsis. Este voto emocional tiene un antecedente claro en el caso de Trump, arquetipo de político sin ética ni escrúpulos que sin embargo tiene todas las papeletas para volver a la Casa Blanca en noviembre. Allí la mayoría republicana ya no se sustenta en los sectores más conservadores como antaño, sino en una legión de desarraigados sin futuro (los llamados loosers) dispuestos a comprarle la mercancía a quien les hable de una forma diferente.
En Europa la situación no es exactamente la misma que en los Estados Unidos, pero en el comportamiento electoral se observan síntomas parecidos. Ayuda al descontento la autosuficiencia de una izquierda sumida por la pendiente del pensamiento woke mientras su potencial clientela sobrevive como puede en un entorno cada vez más inaccesible para demasiados. Es por esta rendija de la frustración y el desencanto por donde se cuelan los movimientos populistas de esta hora, más transversales de los que algunos quisieran. El del tal Alvise no llegará seguramente a ninguna parte, pero sirve de aviso a navegantes sobre la imbecilidad de esta forma moderna de hacer política siempre contra los otros.
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