Alma de cuarterón

¡Oh, Fabio!

El racismo español tuvo (y tiene) su Tom Sawyer en la figura del “gitano integrado”. En las ciudades agrarias de la Baja Andalucía se cuentan por miles: Sevilla, Jerez, Utrera, Lebrija, los Puertos... Gitanos de dura crin dedicados a todos los oficios y profesiones. También de los otros, de los cimarrones que se resisten a las leyes del hombre payo. Sin embargo, como suele suceder, la figura más interesante es la del mestizo, aquellos que tienen un ramalazo calé gracias a algún bisabuelo canastero o herrero que se esconde tras la hojarasca del árbol genealógico. El famoso “cuarterón”, palabra que es un regalo del castellano americano y servía para nombrar a los nacidos de español y mestiza o viceversa.

La vida me ha llevado a conocer a unos cuantos. El más recordado es Francisco Muñiz, cura dandi, burgués y agitanado que fue legendario párroco de Villamanrique de la Condesa. Don Paco vestía con la elegancia de otro tiempo: traje diplomático con chaleco y abrigo de buen género. Tocaba la guitarra como un Django de la Marisma y cuando se cabreaba lo mejor era echarse cuerpo a tierra. Entre cigarrillo y cigarrillo nos daba clases de inglés a un grupo de zangolotinos internos atontados por las hormonas que matábamos el aburrimiento mirando por la ventana el morisco perfil de Aznalcázar. Poeta del Coto, era como si el mismísimo Manuel Machado se hubiese metido a cura: “Medio gitano y medio parisién –dice el vulgo–,/ Con Montmartre y con la Macarena comulgo...”. Van estas líneas por usted, don Paco, maestro del To be por bulerías.

Defiende José María Jurado –que como Echegaray es un ingeniero con alma y ocios de escritor– que Bécquer tenía un cuarterón gitano, como indica su apellido Vargas, su rostro de Cristo moreno, su dandismo, su nación alamedera y su afición a las leyendas indias. Se non è vero, è ben trovato. Un Bécquer cuarterón explicaría lo mejor del poeta, desde su tradicionalismo hasta su fascinación por todo lo invisible.

La cultura andaluza –y por extensión, la española– está llena de gitanerías que, en muchos casos, son más bien producto del imaginario cuarterón, como esos cantos aflamencados que surgen de la unión del folklore reconquistador con un pueblo oriental que llegó al reino hace ahora 600 años. Sin ese ramalazo oscuro en nuestro espíritu no comprenderíamos muchas de las cosas que nos emocionan y nos llaman. Esa sería la mejor idea para difundir en estos días de celebración del Pueblo Gitano. No su pureza, sino su mestizaje, nuestra alma cuarterona. ¿Qué otra cosa es la hispanidad sino una gran coctelera de sangres en la que la gitana hace las veces de angostura, la sublime amargura de esa soleá que es España?

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