Santa Teresa y Sevilla
El alcalde, lo extra y lo ordinario
La ciudad y los días
En el globo sonda lanzado por el alcalde en Canal Sur Radio sobre el cobro de una tasa que siquiera amortigüe un poco los cuantiosos gastos originados por las muchas procesiones extraordinarias que se están multiplicando como setas hay un principio de razón que José Luis Sanz ha resumido en pocas palabras: “No podemos convertir lo extraordinario en ordinario”.
Estoy de acuerdo con él. Y muchos cofrades también, aunque la mayoría susurrante se cuide de no decirlo en voz alta. Le da también la razón la realidad de los números, tanto de salidas extraordinarias como de los dineros que cuestan a las arcas públicas. El alcalde, prudente dentro de su imprudencia (porque olvida que don Santiago Montoto convirtió el antiguo refrán “ni fía, ni porfía, ni entres en cofradía” en “ni fía, ni porfía, ni cuestión con cofradías”), utiliza ordinario en su primera acepción que alude a lo habitual y normal. Pero las cosas están yendo tan lejos que también se admite la tercera acepción: vulgar.
No corresponde al alcalde poner orden, racionalidad y medida en el desmadre de las salidas extraordinarias. Solo lo que ha hecho: señalar el alto coste que tienen para el Ayuntamiento. El problema es que a quienes corresponde hacerlo hacen justo lo contrario. No solo no lo consideran un problema, sino un logro evangelizador, algo de lo que sentirse orgullosos y por lo tanto fomentar y multiplicar hasta alcanzar esa cumbre de la desmesura que será el 8D, una demostración de poderío abarrotando calles. Así las cosas, si quienes deben fomentar la devoción fomentan el espectáculo hueco y quienes pueden y deben imponer mesura son los responsables de la desmesura, al alcalde no le cabe más que recordarles que están disparando con pólvora del rey, en este caso de todos los sevillanos. No se trata, por supuesto, de la Semana Santa, ni de las procesiones de gloria, ni de alguna salida verdaderamente extraordinaria, es decir, excepcional, inusual, infrecuente, sino de la enloquecida proliferación de procesiones extraordinarias y de la magnatitis, a las que hay que sumar viacrucis, rosarios de la aurora, traslados para los cultos, cruces de mayo y piratas.
Alguien tenía que decirlo. Y no van a ser quienes desde la plaza de la Virgen de los Reyes, San Gregorio y las hermandades –la mayoría encantadas y algunas doblando la cerviz– han convertido lo extraordinario en ordinario.
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