Rosa de los Vientos
Juana González
La solución está en el interior
No entiendo cómo no ha sido noticia a nivel nacional, en todas las televisiones, radios y periódicos, trending topic en redes sociales o récord de visitas en los medios digitales: Un político da carpetazo sin más a un proyecto en el que se ha invertido trabajo y dinero durante años, sin despeinarse y sin caérsele los anillos. Todo, tras escuchar y hacer caso a las críticas. Es tan digno de elogio como poco frecuente.
Ya digo. Aún no salgo de mi asombro y ya pasó hace varias semanas, a finales de abril. El socialista Paco Reyes y presidente de la comisión institucional de la candidatura a Patrimonio de la Humanidad de los “Paisajes del Olivar en Andalucía. Historia milenaria de un mar de olivos”, anunció la retirada del expediente, presentado a la Unesco el pasado enero, ante el malestar generado entre algunos de los olivareros afectados. Por un agujerillo me habría gustado ver el transcurso de esa última reunión en la que se tomó tan insólita decisión. Vamos, que le lleves la contraria a una señora institución y que te acabe haciendo caso no pasa todos los días.
De las catorce zonas que integraban la candidatura, situadas en seis de las ocho provincias andaluzas, ha tenido que ser una jiennense, la de Campiñas de Jaén, la que sacara la patita del tiesto. De manera muy diplomática, como no puede ser de otra forma, la Diputación aclaraba en una escueta nota de prensa que (cita textual): “Tras haber analizado los acontecimientos sucedidos desde la última vez que nos reunimos hace ahora dos semanas, hemos decidido ante la actitud y el pronunciamiento de agricultores, de cooperativas, y de alguna organización agraria, retirar el expediente de Paisajes del Olivar”.
Esas dos semanas son el plazo que se marcó la comisión para “convencer” a los agricultores del terruño de las bondades de tal declaración patrimonial, algo que ingenuamente pienso que debería haberse hecho antes de poner en marcha semejante engranaje y despliegue de medios para un objetivo fallido. Tampoco me explico cómo ninguno de los técnicos/asesores/estudiosos que integraban la susodicha comisión fue capaz de alertar al principio de todo de que lo suyo era contar, antes de nada, con el visto bueno de los afectados. Parece lógico, pero no se hizo. Con el tiempo, el dinero y los disgustos que se habrían ahorrado.
No quiero hundir el dedo en la llaga del dinero público tirado por el desagüe, que sería lo fácil, pero sí en el hecho de que no hay que ser catedrático en la materia para saber que siempre hay que tener en cuenta a las personas del lugar antes de hacerles un regalo. Por muy beneficioso que sea, a priori. Porque puede que ellos tengan otros planes, sencillamente, para sus olivos. Que es lo que ha pasado.
Aquella última reunión en la que se decidió renunciar a la candidatura tuvo que ser mítica. O quizá, simplemente, fue el último capítulo de otra crónica de una muerte anunciada, sólo que esta no la escribió García Márquez.
Me quedo con la extraña sensación, o sospecha, (llámenlo X), de que algo se me escapa. Si alguien quiere ilustrarme, agradecida estaría.
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