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En aquel tiempo, Eva tenía de novio a un Adán que era una feria, y por primo a un Aquiles a lomos de una Yamaha reluciente y tronante. Eva –la burra por delante–, Adán y el primo Aquiles calzábamos botas camperas y, en el cuello, el pañuelillo de las botellas del Pilycrim. Todo el orbe conocido –pueblos de la Sierra Sur de Jaén, la Subbética y Sierra Morena– ardía en verbenas de estío en las que no parábamos de bailar. De toda la música que nos hacía vibrar, una nos movía especialmente. Podría decirse que glosaba nuestras vidas. Sonaban, en directo o diferido, los Chanclas y nos volvíamos majaras. ¡Música buena y, además, nos cuenta!, decíamos. ¡Música buena y, además, nos cuenta!, sigo diciendo. No se puede envejecer mejor que el agropop fundacional de No me pises que llevo chanclas.
Leíamos hace poco en este su Diario una entrevista a Pepe Begines, que hacía repaso a los 35 años de agropop, el género que inauguró su banda, insuperado por ninguna otra. El agropop era y es –como dirían Accidents Polipoètics– polipoesía urbana de pueblo. Me atrevo a decir que, frente a otros fenómenos alucinantes de música andaluza (el rock andaluz de resonancias moras, el progresivo de Triana, el punk de Los Canijos y la escuela sevillana), los Chanclas eran capaces de unificar el espíritu las dos Andalucías, y eso no lo logra por las buenas ni el andalucista más empecinado. Lo conseguían –es mi hipótesis– porque su argamasa era no solo lo andaluz sin idealizar, sino lo rural. Y lo rural aquí, a diferencia de en Soria o Zamora, es extenso y no sinónimo de chiquito o vaciado: quiere decir agrociudades con cooperativas, polígonos, alegre chavalería y una sociedad a punto para hacer de ella la vera crónica de su presente. Ahí, la mirada audaz y el humor de los Chanclas.
Por eso flipábamos, porque su “an ca Conil” era mi “an ca Torre del Mar”, porque el inglés, washuguarugüi, se nos daba igual de mal, porque la vieja del “¿Y tú de quién eres?” es un arquetipo, porque hemos presenciado discusiones matrimoniales como la de “r”, que nos hicieron jurar un “Me quedo para vestir santos antes que para desnudar borrachos”, y porque las 7.200 son, efectivamente, mucha tela. Porque el término mainstream no se estilaba ni estaba reñido con buenos arreglos musicales. Porque su mirada sobre lo cotidiano y su volaera nos nombraba. Entendíamos a tope el relío mental evocado en Bolillón, la mitología del cowboy huelvano y de esas calles de Chicago, el entusiasmo de tener una tasquita en Triana o que Japón, mira qué está lejos, Japón. Hoy Adán vive tranquilo en su campo. Eva aquí está, para servirles. En cuanto a Aquiles, subió al cielo en su moto una lluviosa noche de octubre del 93. Aún lo lloramos. Mas no es nostalgia de mi Génesis lo que me hace, ayer y hoy, reconocer y dar las gracias a estos fieras del agropop. Larga vida.
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