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Martín Lorenzo Paredes Aparicio
Salvemos San Eufrasio
Pedro Sánchez le ha dado al ‘pause’ cuando el barro ha llegado más allá de lo impensable, abriendo un periodo de reflexión que tendría que ser generalizado. “¿Merece la pena todo esto? Sinceramente, no lo sé”, escribe el presidente del Gobierno, poniendo negro sobre blanco a una pregunta que se hacen, a diario, muchas personas que se dedican a la cosa pública. Porque lo cierto es que las guerras sucias llegan cada vez a más lados, y para definirlo Sánchez emplea una expresión de Umberto Eco, la ‘máquina del fango’, que el propio filósofo italiano explicó: “Para deslegitimar a alguien es suficiente con decir que ha hecho algo para crear una sombra de sospecha”.
Las guerras sucias, como la máquina del fango, no surgen de forma espontánea, y necesitan de actores que se presten a hacer de soldados. A la infancia de mi generación nos lo dejó claro ‘El rey león’: siempre habrá hienas capaces de emprender batallas, incluso ajenas, con tal de hacer daño a toda costa.
Las hienas son carroñeras que ejercen el cleptoparasitismo, es decir, parásitas que roban a los demás, y que pueden volverse locas si no consiguen hincar el diente. “Una buena hiena huele la sangre a diez kilómetros de distancia”, escribe John le Carré en ‘El jardinero fiel’. Campan a sus anchas porque sus ansias son enormes y se camuflan muy bien para aprovecharse de situaciones en las que no se las espera. Ahí es donde ganan la primera batalla de las guerras sucias, que, por definición, nunca se declaran. Al otro lado, si no se arman, se acaban perdiendo peones, torres, alfiles y demás guardias pretorianas hasta llegar a dimisiones sin vueltas atrás. Que se lo digan a Mónica Oltra y a la gente que la votó.
El acoso y derribo, y el daño personal y profesional, de las hienas y sus secuaces es de las peores bajezas que se pueden permitir socialmente en un mundo que es demasiado frágil. Las hienas suelen hacer ruido porque, cuando no hay argumentos y se ocultan verdades, los bulos, las frases hechas y expresiones cliché son armas de destrucción masiva. Se envalentonan cuando creen que son muchos, pero, claro, cómo se les va a pedir que miren con perspectiva cuando su principal batalla es defender cortijos rancios de elitismo.
El gran dilema que nos deja todo esto es saber afrontar los efectos de la máquina del fango en el día a día. Cómo restituir la dignidad afrentada, cómo devolver las ganas hurtadas o las ilusiones perdidas, que diría Balzac. La respuesta no es sencilla, aunque quizá empiece por plantar cara con honradez, valentía y datos, muchos datos, cada paso, cada palabra, cada rastro y cada amenaza de cualquier hiena.
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