Pasa un avión

26 de marzo 2024 - 10:39

Cuando la lavadora de la cabeza no para, por muchas veces que le dé al botón, miro al cielo y espero a ver si pasa algún avión. Entonces, a veces, me salta el relato de José Óscar López: “Pasa un avión y deja una estela igual que la de un barco. Comprendes que el mundo está sumergido”. Si lo recito en silencio, en algunas ocasiones me hace de diazepam, y hasta escucho olas que están a cientos de kilómetros, y se relaja el ruido, la rueda del ratón se queda sin vueltas, y en la tele no salen ni tentaciones, ni corrupciones ni genocidios, sólo Jessica Fletcher escribiendo a máquina en un episodio interminable de ‘Se ha escrito un crimen’. Y al final siempre se descubre al asesino, y se hace justicia.

Pasa un avión y se acaban, de un plumazo, las gentes cobardes del mundo, las que ponen zancadillas, las que escurren el bulto, las que no dan la cara por los que se la rompen por los demás, las que se ríen con chulería porque son los amos del cotarro. Se mueren los cotarros, y las deslealtades. Cuando pasa la estela blanca en el firmamento azul, triunfa la confianza en los que valen, en los que se afanan por seguir adelante con fuerza, con ganas, con ilusión. Pero, como les ocurre a los recuerdos, sin leña se ahoga la hoguera, y peligra la esperanza.

Pasa un avión, ahora mismo, cuando el mundo sopla las velas de la época en la que teníamos pánico de caer en olas que estaban muy lejos del mar; cuando, precisamente, no había estelas en el cielo y nuestros únicos viajes eran por zoom, y salíamos a los balcones a aplaudir como necesidad imperiosa de conectar con algo grande, la humanidad, que estaba amenazada por algo invisible. Pero también fueron grandes e invisibles los negocios que hicieron algunos mientras reciclábamos una y otra vez las mascarillas que me hizo mi madre, y, tiempo después, no comprendo cómo me sigo sorprendiendo de que haya gente que triunfe cuando alguien lo pasa mal.

Pasa un avión en esta vida sumergida dentro de una rutina ruidosa y demasiado acelerada, y sigo con la lavadora siempre puesta, porque me duele la injusticia, la connivencia de los que pasan por la vida de puntillas, la permisividad reinante con lo mediocre, la falta de ética, que en verdad es falta de humanidad. “No lo podemos todo”, le dicen a Nora Ephron. Sí, quizá a algunos nos hayan revelado el secreto de la vida demasiado tarde, cuando habíamos llegado a pensar que todo podría ser peor. Sí, podría ser peor. Pero también mejor. Y ahí nos verán: seremos pocos, pero nos moveremos mucho y, como los aviones y los barcos, dejaremos estelas. Por si acaso.

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