Ropa Vieja
Martín Lorenzo Paredes Aparicio
Con zambombas y sin villancicos
Durante la cuarentena ominosa que abarcó el régimen franquista la mano incorrupta de Santa Teresa acompañó al dictador cada noche, convertida en un talismán que le otorgaba su africana baraka. Por fortuna, a la muerte del enfermo la reliquia regresó al interior de una iglesia, que es donde debe estar, alejada de los poderes del Estado.
A lo largo de la historia muchos han sido los santos despojos humanos conservados para fortalecer la fe: dedos, brazos, piernas, cráneos, corazones, incluso prepucios… Pero las piezas más sorprendentes siempre resultan ser los cuerpos incorruptos, dentro de lujosas urnas de cristal para admiración y devoción pública. Resulta curioso que la facción más conservadora de la sociedad española, tan dada a la casquería para su propia autoafirmación, vea con malos ojos que alguien quiera recuperar los huesos de sus familiares masacrados. Cada cual tiene sus reliquias…
La incorruptibilidad (menuda palabra) de la carne es una anomalía. Por naturaleza, toda forma de vida se corrompe con el tiempo, se pudre, apesta. Y la clase política, a pesar de dar a menudo claras muestras de su falta de humanidad, no deja de regirse por la misma ley universal. Esta semana hemos presenciado el enésimo episodio de la corruptela nacional y nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya si siquiera aspiramos a encontrar representantes íntegros. Nos divierte más intentar adivinar quién será el próximo en corromperse, porque estamos tan aburridos de que nos engañen con los bolsillos llenos y las cabezas vacías que tan solo esperamos descubrir las miserias de todo el mundo a su debido tiempo, en un eterno juego de eliminación de personajes.
Pero los milagros existen o, al menos, yo quiero creer en ellos. De vez en cuando aparece una figura a la que mueven sus ideales, mostrándose apasionada en el discurso pero serena en la gestión. Una persona con principios que no se deja sobornar, inmune al cohecho, incapaz de malversar, con vocación de servicio y pensando siempre en el bienestar colectivo sin coartar la libertad individual… Entonces me despierto, enciendo la radio y escucho cómo todos los problemas sociales siguen sepultados bajo el ruido parlamentario de la descalificación mutua y el inmoral jaleo de las tertulias que viven de ello. Seis de la mañana, hace frío y pienso en Santa Teresa; pues tan alta vida espero, que muero…
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