24 de febrero 2024 - 07:00

Morir en el Ártico en completo aislamiento, torturado y olvidado, es un privilegio al alcance de muy pocas personas. Que un mediocre megalómano y narcisista te preste la suficiente atención como para vaciar todo su odio sobre ti dice mucho de tu calidad humana. Inconcebible resulta el dolor y el sufrimiento que debes experimentar en una situación así de cruel e injusta y aún más indescriptible la impotencia y rabia que van a mostrar tus seres queridos, inmersos en un profundo pozo de culpabilidad mientras tú te consumes y tu piel se pega a tus huesos como último sudario antes de cerrar los ojos para siempre.

En la estepa rusa millones de almas han corrido esa suerte; la inmensa mayoría personas anónimas que jamás hicieron nada para merecer semejante horror. Pero en todas las fosas comunes siempre hay un nombre que acaba representando a todos sus compañeros de descanso. Navalny, opositor al criminal Putin, es uno de ellos… Su muerte hace apenas una semana nos recuerda que nadie muere si se le sigue nombrando y que morir así no es perder la batalla sino desarmar al asesino que, victorioso en su locura, aún no es consciente de la derrota.

Todo el mundo tiene su Gulag particular. Un trabajo indigno, una relación sin ilusión ni deseo, un insulto que desgarra, un maltrato, un acoso o, lo que es peor, un espejo donde no reconocerse o donde no poder mantener la mirada. Esos espacios comunes en los que nos movemos conforman todo un archipiélago de prisiones para la libertad que nunca percibimos como un privilegio, simplemente porque no lo son. Solo los mártires gozan del tormento…

Los demás, los parias, los donnadies, soportamos como podemos ese lecho de tierra helada que supone la rutina, buscando destellos de sol en las pequeñas alegrías del día a día, sabiendo que estas son escasas. Por eso molesta tanto la felicidad ajena; porque las flores que crecen en las afueras del Gulag solo son hermosas mientras nadie las disfruta. Una vez arrancadas por otra mano pasan a ser despreciables. Nos acabamos acostumbrando tanto a vivir en cautividad que, si alguien trasciende más allá, se convierte en ídolo o enemigo con la misma intensidad. Navalny ya es todo un símbolo de dignidad. Elija usted el suyo para huir de su Gulag; recuerde que el deber de todo preso es evadirse. Sobre todo de uno mismo. No espere demasiado…

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