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La letra del tango de Gardel va a resonar esta tarde entre los remozados muros de la Real Parroquia de Omnium Sanctorum, donde tiene su sede una de mis cofradías de penitencia, la de Los Javieres, que cumple el próximo mes de junio la cifra redonda de 70 años. Una pedagogía de la identidad propia nos llama hoy a cabildo general extraordinario para decidir –Dios lo quiera–si la cofradía puede regresar al templo de San Francisco de Paula, o Iglesia del Sagrado Corazón, que en la calle Jesús del Gran Poder está reclamando una gestión que integre la fe y la cultura a través de la piedad popular.

Me consta que la junta de gobierno, bien asesorada por nuestro Maese Roldán Salgueiro –al que no tengo con qué pagarle sus desvelos para con la cofradía– ha dado, una vez más, el paso adelante hacia una forma distinta de mirar su presente, su pasado y su futuro. ¿Qué nos espera en aquella casa de los jesuitas? Nos aguarda un templo con múltiples posibilidades, abierto a la atención pastoral y la actividad turística, que es el sustento actual de nuestros templos junto a la aportación responsable de los fieles. Nos espera una iglesia en la que está escrito nuestro espíritu, en la que se guardan las reliquias de un santo que ha de ser –el padre Tarín– y una capilla, la de los Luises, verdadera joya de la arquitectura hispalense, donde dar culto a nuestro patrón, San Francisco Javier, en una imagen que ha concedido muchos milagros a sus devotos.

Allí podría instalarse también un aula de cultura y fe en la que los hermanos de Los Javieres y otras personas e instituciones –de sinergias vivimos hoy en día– pudieran construir un programa de actos en los que las artes siguieran expandiendo el carisma jesuítico y con su fin, siempre actual: “Que las mujeres y los hombres puedan reconciliarse con Dios, consigo mismos, con los demás, y con la creación de Dios”. No encuentro fallas en este plan. Con la frente marchita, con las nieves del tiempo plateando la sien, pero volvamos.