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Álvaro Romero
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¡Oh, Fabio!
Cual pitillo de marihuana rula por el ancho mundo un texto atribuido al escritor Manuel Vicent; un extracto descontextualizado en el que el autor de Tranvía a la Malvarrosa vuelca una serie de insultos desaforados contra los aficionados a la tauromaquia (chorizos, pícaros, señoritos...). La condición antitaurina de Vicent es más que conocida y no debería extrañar a nadie. Nada que objetar. Al igual que el culto a la Fiesta, el rechazo a los toros es algo antiguo y español que profesaron personajes como Isabel la Católica, Jovellanos o Pío Baroja. Pero nos extraña que un texto tan soez haya salido de la pluma de un escritor que, por lo común, suele ser fino y elegante. Aun si fuese así, también lo salvaríamos de la quema. Todos tenemos derecho a nuestro día de la ira en asuntos que consideramos importantes.
Sin embargo, dentro de la retahíla de insultos a los taurinos hay uno que vemos más bien un piropo: “Patriotas de puro y clavel”. Maravilla. Lo considero un dulce halago. Tanto que lo voy a poner como lema en ese escudo de armas que estoy diseñando para mi mayor gloria después de leer Linaje. Una hidalguía del espíritu, el ensayo en el que Enrique García-Máiquez nos convoca a todos a formar parte de la caballería andante de esta España asediada por los orcos. “Patriota de puro y clavel” será a partir de ahora el mote bajo el que participaré en las justas y torneos de la vida cotidiana.
Si escribiese uno de esos libros que se titulan “la Hispanidad contada en cien objetos”, no tendría dudas en colocar el puro entre los primeros: los vegueros exaltados de Valle-Inclán, los megalíticos habanos de las cubanas viejas, los cigarros de la Palma, los tabacos nostálgicos de Cabrera-Infante, las tagarninas de los tendidos de sol de Castilla... ¿Y qué decir del clavel?, verdadero floripondio heráldico de España –por delante de la flor de lis de los Borbones–, ensueño moro de rejas y suspiros. En mis años de doncel no acudía uno a la Feria de Abril de Sevilla sin adornar el ojal de la chaqueta con un clavel reventón. Formaba parte, como diría Rafael Berrio, de la alegría de vivir (“la gardenia en el ojal, el espíritu de ayer”).
Y por último está la patria, querida por herencia, cultivada en lecturas y viajes, verdadera fuente de felicidad que nada tiene que ver con la “mater dolorosa” de Álvarez Junco ni con la “madrastra” de nuestros lloricas habituales. Más bien la vemos como una matrona algo desvergonzada, ya entrada en años y carnes, más Aldonza que Dulcinea. Y yo quiero ser su primer “patriota de puro y clavel”, título con la misma sonoridad que “caballero del verde gabán” o “almirante de la mar océana”.
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