
Tribuna Económica
Gumersindo Ruiz
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Cuaresming
Se me iba la cuaresma sin mi tradicional alegato en defensa del nazareno. Las tradiciones hay que cumplirlas. Empiecen a menear la cabeza los dignos cofrades que por “el bien de la fiesta” abogan por la limitación de los nazarenos. Estaría bueno, el pueblo se aburre, que no falte el pan y circo. Esos alegatos por la excesiva duración de los cortejos suelen venir de capillitas de carrera oficial (aclaración: yo voy a la carrera oficial, pero sé lo que voy a ver allí) o de balcón con derecho a pincelada. Capillitas estáticos que piensan que el mundo gira a su alrededor y las cofradías también. Que son ellas las que deben adecuarse a su sentido del tiempo y la medida.
No los busquen callejeando, en la bulla, buscando un palio en un recoveco, o acompañando un Cristo en la distancia. No suelen ya callejear, son más de espectáculo y de ver pasar la vida y los nazarenos. Tampoco los busquen en colas de besamanos ni de papeletas (tienen siempre quien les cuele). Para ellos cuanto menos tiempo tarde una cofradía mejor, que si no se aburren. Hemos perdido la costumbre de esperar. Es el mundo visto desde la medida del espectador, de aquel que consume cofradías y no entiende esta desmesura (otras sí las entiende y justifica). Yo soy del nazareno. Del que te encuentras ese primer día de ver pasos. Del que veremos ya desde mañana con emoción de niños. Al que sigues con curiosidad camino de su estación de penitencia. Del nazareno que integra las filas de su cofradía sin pedir nada más y nada menos que su sitio y su cirio, sin derecho a protestar, sin derecho a preguntar y a veces sin derecho a opinar de su propia hermandad.
Pague su cuota, procesione y no me venga con historias, parece que se recita en algunas hermandades. Yo creo en el nazareno, el que con devoción, por tradición, acompaña a los nietos y bisnietos de aquellos que un día le llevaron a las filas de la hermandad. Creo en los nazarenos que reservan ese rato del año para el encuentro con Dios y con uno mismo, porque debajo del antifaz hay poco espacio para escapar de uno mismo.
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