Visto y Oído
Alsina y Ayuso
Nos hemos referido en diferentes ocasiones al papel de las instituciones. Su función, desde la perspectiva de la economía, es la de proveer a la sociedad de los incentivos que determina la asignación de recursos. Cuando las instituciones son independientes y funcionan adecuadamente, aumenta la probabilidad de una asignación eficiente de los mismos y que el conjunto de la sociedad prospere, pero cuando intereses particulares o corporativos se incrustan en sus estructuras las consecuencias suelen ser las contrarias. Mi ejemplo preferido para ilustrarlo es que si en la elección del mejor candidato a cualquier puesto prevalecen los criterios de esfuerzo y capacidad sobre los de amistad o enchufismo, el resultado será una organización más próspera y eficiente que en el caso contrario. Como es obvio, la institución formal por excelencia son las leyes y el contexto en el que se elaboran, se aprueban y aplican. De ahí la importancia del equilibrio entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial y la perversión del abuso del decreto como recurso para quebrantarlo.
Las instituciones informales son de muy diversa naturaleza y, por tanto, difíciles de definir. En una sociedad hiperregulada es comprensible que surjan como fórmulas para esquivar el control normativo, sin que necesariamente impliquen violación de las leyes. En todo caso, y como ocurre con las instituciones formales, incentivan comportamientos que pueden coincidir con el interés general, pero con el que también pueden entrar en conflicto. La lealtad o la propina, por poner un ejemplo de instituciones informales sin reglas explícitas ni sanciones, influyen en la forma en que se relacionan los individuos, que reaccionan de diferente forma frente al incumplimiento, según la costumbre o cultura en cada lugar. En el caso de la lealtad, el interés de los partidos da lugar a la institución del tránsfuga, que sanciona a quien antepone su interés personal al de la organización política a la que debe lealtad, pero al mismo tiempo condena a quien lo hace por motivos de conciencia o coherencia con compromisos asumidos. En este caso, es evidente la posibilidad de una degradación de la moral colectiva, no muy diferente a la del clientelismo. Esta es otra potente institución informal que utiliza el beneficio mutuo para incentivar comportamientos individuales, normalmente perjudiciales para el conjunto de la sociedad.
Se intuye que profundizar en la naturaleza de las instituciones informales conduce fácilmente a la corrupción, en sí misma otra institución informal. No es que todas ellas sean corruptas o perversas, más bien todo lo contrario, pero debe reconocerse que cualquier fisura en la independencia de sus estructuras puede dar lugar a fallos de funcionamiento, es decir, a soluciones injustas o ineficientes, provocados por incentivos a comportamientos impropios. La fortaleza del tejido institucional, tanto del formal como del informal, obliga a prevenir contra la aparición de este tipo de fisuras. De ello depende la capacidad para resistir frente a las injerencias de intereses políticos y económicos, pero también de los mecanismos de control externo como garantía de transparencia.
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