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La medalla de Andalucía concedida a Javier González de Lara y Sarriá es, desde luego, un reconocimiento personal, pero también a la empresa, pues el premio hace referencia a la búsqueda de la armonía en la actividad productiva, que podemos interpretar como un equilibrio entre el empresario, accionistas, trabajadores, clientes, proveedores, y el entorno en que desarrolla su actividad. Mirando a largo plazo, el éxito de la empresa depende sin duda de estos equilibrios.
En Andalucía la actividad empresarial ha ido superando trabas seculares con instituciones poco propicias a la empresa innovadora, y una tradición de escasa diversificación que concentra los recursos de capital y financieros en unas pocas actividades, y sólo lentamente hace crecer la renta por habitante. Pero más allá del número de empresas que se crean y destruyen, tipología y dimensión, su progreso puede medirse en el propósito de seguir avanzado –“confía en el que intenta”, decía Virgilio–. Y es aquí donde la figura de Javier González de Lara y la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA) que preside brillan en su empeño por la formación, adopción de tecnología, iniciativas institucionales y valores modernos, donde el concepto de responsabilidad empresarial, que surge con la gran crisis de los años 1930 y se fortalece por las políticas sociales tras la II Guerra Mundial, se concreta en los criterios actuales de respeto al mundo natural en que vivimos, hacia las personas, y la continuidad de la empresa en el tiempo.
El progreso siempre presenta alguna forma de conflicto y en un entorno complejo surgen personas capaces de situar una asociación empresarial en la negociación y política económica nacional, de la comunidad autónoma, o local, donde tantas decisiones importan a la empresa, entre ellas la canalización de recursos y programas de fomento, y políticas que afectan a las condiciones de vida de los trabajadores como la salud, vivienda, y movilidad. Y también presencia en el ámbito de la UE donde se marca el terreno de juego de la empresa. Dos ideas cabe destacar; una, la lealtad de la CEA con las administraciones públicas, y una tradición de independencia respecto a los partidos políticos, que nunca debería perderse en un país como el nuestro que, pese a un exceso de crispación, se mueve dentro del funcionamiento constitucional democrático. La otra cuestión es que los empresarios no son un conjunto homogéneo y es normal que los intereses diverjan por ejemplo en la fijación de precios en la cadena de producción, o la incidencia dispar que tienen el medioambiente, la energía, o la política de rentas, en sectores y empresas. Por eso, el mérito de Javier González de Lara, durante muchos años, ha sido no tanto intentar sumar intereses que puede dar un resultado cero, sino realizar un verdadero ejercicio de cálculo integral, en el que se van agregando continuamente un número inconmensurable de pequeños sumandos que responden a lo que cada uno aporta como positivo a un gran proyecto de producción creativa. Esta síntesis laboriosa sólo se consigue con una mente ágil y abierta, pues como sostenía George B. Shaw, la persona sabia no lo es tanto por su experiencia, sino por una disposición permanente para experimentar.
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