
Tribuna Económica
Gumersindo Ruiz
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Sueños esféricos
Por momentos, demasiados momentos, parecía que el equipo que jugaba en puestos de descenso vestía de blanco. El miedo ha calado hasta el mismísimo tuétano del equipo por sus propias debilidades sobre todo, pero también por esa atmósfera irrespirable, cargada de azufre, que flota en el Ramón Sánchez-Pizjuán por las ansias que tiene la gran mayoría del sevillismo de dejar de ver en el palco al consejo empeñado en pulverizar al Sevilla.
Y eso que el sevillismo supo aparcar su indignación cuando tocaba ir todos a una y espolear a sus jugadores hacia una victoria que hubiera dejado la permanencia a tiro. Pero es tan poco lo que este Sevilla transmite con el balón en los pies, es tan poco el fútbol que fluye por sus botas, que el de enfrente tarda poco en hacerse con el control del partido por pura inercia y eso acaba enfriando los ánimos de una grada tan caliente como la del Ramón Sánchez-Pizjuán.
De momento, Joaquín Caparrós hizo poco, desde la pizarra, por evitar ese enfriamiento del entorno. No anduvo fino en su primer planteamiento táctico. Dispuso a Gudelj y Agoumé por delante de la zaga de cuatro, pero la pareja se hundió demasiado y provocó un latifundio entre ellos y los cuatro atacantes, que tampoco hicieron mucho por tapar sin balón y juntar las líneas. Jugar con Peque más Ejuke junto a Lukébakio, quien sin el balón es una sombra y un peaje necesario, era renunciar al equilibrio.
A la casi nula capacidad de los sevillistas por ganar la zona ancha y someter al visitante se le unen los súbitos apagones defensivos, como en la defensa de ese saque de banda a Joan Jordán justo antes del descanso, y nos encontramos con un decorado terrorífico para una escuadra que hoy se siente aún peor de lo que es. Lo que ya es decir...
Al Sevilla le hace falta serenidad y alguien que les haga ver que no son tan malos como hoy parecen. Pero Caparrós, de momento, ha sido alboroto, desorden. Abono para el miedo.
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