Un convento con leyenda propia: ¿conoces la historia del Ecce Homo de Las Bernardas?

Un amor interesado y la fe acérrima de una joven son los ingredientes de esta leyenda

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El Convento de las Bernardas está en el barrio de San Ildefonso.
El Convento de las Bernardas está en el barrio de San Ildefonso. / ApplicaJaén

Jaén/Todo el que ha visitado el Parque de la Alameda o el barrio de San Ildefonso conoce el sagrado lugar que hoy nos ocupa. Nos referimos al Convento de Las Bernardas, fundado en el siglo XVI por el obispo auxiliar de Toledo don Melchor Soria y Vera.

Además de sus exquisitos dulces, que incluyen deliciosas magdalenas y una repostería variada cuyas recetas guardan como un secreto, hay una leyenda directamente relacionada con este edificio de claustro religioso, que se ubica apenas un siglo después de su puesta en marcha.

La leyenda del Convento de las Benardas

Tal y como narra la historia recogida por Miguel Moreno Jara, en el siglo XVII en la ciudad de Jaén vivía una distinguida familia de linaje noble, descendiente de los Pérez de Vargas, conocidos como los "Machuca". Entre ellos, destacaba Don Francisco de Vargas, quien había amasado una gran fortuna durante la conquista de México al lado de Hernán Cortés. Su nieta, Doña Beatriz de Vargas y Sáez, era una joven de excepcional belleza y notable talento artístico, especialmente en la pintura y el bordado.

Doña Beatriz estaba comprometida con Don Arturo de Molina, Barón de Torreoscura. Sin embargo, la muerte repentina de su abuelo la sumió en una profunda tristeza. Buscando consuelo espiritual, tomó la decisión de ingresar en el convento de las franciscanas descalzas, conocidas como "Las Bernardas". A pesar de los intentos de su familia por disuadirla, Beatriz permaneció firme en su propósito. Su prometido, devastado por su decisión, juró que haría todo lo posible por recuperarla.

Dentro del convento, Beatriz dedicó su tiempo a la oración y a las labores manuales, destacando en el arte de la costura y la escultura. Al observar a los artesanos que trabajaban en el retablo de la iglesia, aprendió la técnica del tallado en madera. Con la aprobación de la abadesa, comenzó a esculpir una imagen de Cristo utilizando un bloque de sándalo que su abuelo había traído de América. Su obra, representando a Jesús en su Pasión, resultó ser de una belleza sobrecogedora, causando admiración en toda la comunidad religiosa.

El capellán del convento, impresionado por la escultura, la mostró al obispo, quien quedó maravillado por su realismo y serenidad. Tras bendecirla, la imagen se convirtió en objeto de devoción y pronto fue venerada por los fieles de toda la ciudad.

Un amor interesado

Mientras tanto, Don Arturo, cuya vida desordenada lo había llevado a la ruina económica, veía en el matrimonio con Beatriz una oportunidad para recuperar su fortuna. Con intenciones ocultas, le escribió insistentes cartas, intentando convencerla de que su vocación religiosa era un error. Beatriz, sin conocer la verdadera naturaleza de su antiguo prometido, comenzó a dudar.

Tras una profunda reflexión, anunció a la abadesa su decisión de abandonar el convento para casarse. Aunque entristecida, la madre superiora respetó su elección. Antes de partir, Beatriz se dirigió a la capilla para despedirse. Allí, observando su escultura del Ecce Homo, sintió una profunda emoción y derramó lágrimas.

Justo cuando estaba por salir, una voz profunda y solemne la detuvo: —¡Beatriz! ¿Me dejas por ese hombre?

Aterrada, giró la vista hacia la imagen y vio que Cristo la miraba fijamente. Su cuerpo se desplomó, desmayándose en el suelo. Las monjas acudieron en su auxilio y la llevaron a su celda. Al recobrar el conocimiento, solo confió lo ocurrido a la abadesa, quien guardó el secreto.

Desde aquel momento, Beatriz renunció a salir del convento y dedicó su vida a la oración y al arte sacro. La escultura del Ecce Homo se convirtió en una de las más veneradas de Jaén y, según cuentan, desprende un aroma fragante todo el año, excepto un día, como un recordatorio del milagro que marcó el destino de Doña Beatriz.

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