De vivir en Estados Unidos a ser la única habitante de una aldea en Jaén

Provincia

Beatriz Piqueras decidió mudarse a Moralejos, en Segura de la Sierra, para alquilar una casa rural tras enfermar por la covid

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De vivir en Estados Unidos a ser la única habitante de una aldea en Jaén
De vivir en Estados Unidos a ser la única habitante de una aldea en Jaén

Beatriz Piqueras conoce el significado de la soledad, de la que no deja pesadumbre ni se hace larga, de la que se aprende de uno mismo. Desde bien joven no ha parado de moverse, ha vivido en Madrid, Albacete o Seattle (Estados Unidos). Es nómada de nacimiento y su vida es una maleta de recuerdos de muchos lugares. Hace cuatro la preparó para ir a un último destino, Moralejos. Una aldea situada en plena Sierra de Segura de Jaén, que dibuja un lienzo de un tumulto de casitas blancas en mitad de un inmenso verdor.

Allí llegó en la época en la que quedaba gente, pero ahora es la única habitante de ese recóndito lugar en plena naturaleza. La pandemia le cogió de lleno y la covid entró en su vida para quedarse, lo que le hizo dar un giro a todo. Aunque ha recuperado la voz, todavía la pierde a veces, es una de las secuelas que le quedan.

"Me ingresaron en el hospital. Me agarró muy fuerte, y porque además yo lo pillé al principio y no se sabía muy bien cómo afectaba. Me quedé sin voz, es una secuela de las muchas que quedan, aparte de artrosis y más dolores", explica Beatriz. La enfermedad fue uno de los desencadenantes para perderse en la provincia.

Un giro de 180 grados

"A raíz de aquello empecé a darle vueltas a la cabeza y decidí hacer un cambio en mi forma de vida", cuenta. Dejó todo, se compró una casa en Moralejos. Un enclave situado a los pies del Cerro de Segura la Vieja, rodeada de frondosos árboles, entre el Yelmo, Navalperal, una buitrera, los riscales, bordeando el río Trujala, donde solo se escucha el silbido del viento, el graznido de los pájaros, los animales al caer la noche, y el sonido del agua.

Al fondo, la aldea de Moralejos.
Al fondo, la aldea de Moralejos.

El estilo de vida de Beatriz era totalmente diferente al de ahora. Cambió el traje y el ruido de la ciudad por la ropa cómoda y holgada, y el bastón de senderismo. Antes de mudarse a la pequeña aldea era comercial de una prestigiosa marca de coches y vivía en Albacete, después de muchos años también en Madrid. "No podía estar todo el tiempo de baja. Así que dije bueno, pues hay que darle un giro a la vida y cambiar", cuenta la protagonista.

Ahora le ha tocado deshacerse de muchas costumbres, como el simple hecho de bajar a comprar el pan a la tienda de abajo, y ha tenido que poner las mano sobre la masa y cocinarse ella su propio pan. "Mi vida es aprender. Vaya donde vaya aprendo todo lo que pueda. Desde como cuidar unas gallinas, como cultivar o hacer cosas del campo, cortar madera, o arreglar un lavabo, hacer mermelada con los frutos que da el campo. Aquí tienes que vivir con lo que tienes, te las apañas tú sola".

Aunque siempre ha vivido en ciudades, su alma siempre buscaba el campo y la naturaleza, era una de sus aficiones favoritas y ahora lo puede disfrutar día a día. Busca todo lo contrario a lo que ha tenido. "Pasear por el campo, subir a la montaña, hacer senderismo, cultivar el huerto, bajar a coger huevos de las gallinas, o ver una puesta de sol, respirar aire puro, no tener ruidos o la contaminación acústica de los coches, los humos, a mí eso es lo que me hace sentir bien", cuenta.

"Me he sentido más veces solas viviendo en Madrid que aquí"

La soledad es una cuestión recurrente en su vida, pero ella confiesa que no le hace falta nada, y que por supuesto no siente miedo. "Me he sentido más veces sola viviendo en Madrid que aquí", apostilla. "El sitio es precioso, porque mires donde mires es un cuadro. Es naturaleza. Yo vivo a los pies de una buitrera y esta mañana miraba al cielo y estaban sobrevolando como 20 o 30 buitres. Y solamente mirarlos, ver cómo cogen las corrientes, todo eso ya te entretiene", expresa Beatriz.

Además, los vecinos de la aldea cercana y de Segura de la Sierra siempre le tienden su mano o van a visitarla y comparten momentos en el huerto comunitario. Hacia ellos, siente admiración y respeto por su estilo de vida, y por quedarse a conservar su tierra. "Son tremendamente generosos. Me enseñan todo, por lo menos conmigo. Todos son halagos porque son un amor", confiesa.

Sobre el futuro, no tiene certezas porque nunca planea, pero hay algo que sí que sabe y que le ha regalado este rincón de Jaén: "De todos los sitios donde he vivido y de todas las cosas que he hecho. Ahora mismo, personalmente, estoy en un momento donde yo me siento más feliz que nunca".

Beatriz Piqueras junto al huerto.
Beatriz Piqueras junto al huerto.
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