La Virgen de la Capilla desciende a la ciudad de Jaén y socorre un año más a sus mayores

FERIA CHICA

La patrona de los jiennenses volvió a llenar las calles del centro histórico un nuevo 11 de junio rodeada de sus devotos y del resto de hermandades de la capital

Las manos que visten a la Virgen de la Capilla y protegen su valioso ajuar

La Abuela borda con letras de oro un 10 de junio histórico en Torredelcampo

La Virgen de la Capilla procesiona por los alrededores de la catedral.
La Virgen de la Capilla procesiona por los alrededores de la catedral. / Esther Garrido
Antonio Cañada

12 de junio 2024 - 11:27

"Bendita sea la hora en que María Santísima descendió del cielo a la ciudad de Jaén". Así reza la máxima con la que los cofrades de la capital conmemoran cada año el descenso de la Virgen de la Capilla a las calles de San Ildefonso hace ya 594 años. La primera semana de junio es sinónimo de Feria Chica para los jiennenses y algarabía en el céntrico arrabal donde la patrona de Jaén recibe la visita de sus devotos durante todo el año. Después de la solemne novena celebrada en su honor y tras el tradicional rosario de San Bernabé en la víspera de su festividad, la capital vivía este martes su día grande con la más insigne devoción de sus mayores como protagonista.

Como en un viaje en el tiempo marcado por las vestimentas, la mañana del 11 de junio es un reencuentro con nuestras raíces a las puertas de San Ildefonso. Pastiras y chirris ofrendaban sus flores a la Señora en una mañana fresca que bien podría certificar aquello de no quitarse el sayo hasta el cuarenta de mayo. A las once de la mañana devotos de todos los puntos de la ciudad acudían a la Misa Votiva de Cabildos celebrada en la basílica menor, en presencia del obispo y con la Virgen de la Capilla presidiendo aún su aparato de culto. Sobre su imponente pedestal, la única imagen mariana coronada de la ciudad recibía las peticiones de sus fieles desde bien temprano con una llamativa participación durante la eucaristía.

Al igual que aquella noche del 10 al 11 de junio de 1430, un cortejo celestial volvió a concentrarse entre los viejos muros de San Ildefonso. La Virgen, otrora un refulgente rayo de sol, lucía cobijada bajo ricos bordados en oro y sedas en una estampa sacada de otro tiempo. Y como testigos fieles del acontecimiento, tal como quedase reflejada en aquella acta notarial histórica, en nuestro tiempo las distintas cofradías y hermandades que dan testimonio de fe el resto del año. La procesión casi seis siglos después apenas ha cambiado en su más profunda intención, en realidad.

Protectora de todos los jiennenses

A eso de las siete de la tarde apenas cogía un alfiler en la plaza de San Ildefonso, como si de un Jueves Santo se tratase. La pasión, esta vez, dejaba al margen las cruces para centrarse en el trono de la Virgen de la Capilla cruzando el dintel, una obra de orfebrería que realza aún más si cabe a esta talla gótica de tan importante patrimonio. Todo es portento alrededor de esta imagen que apenas alcanza el metro de altura y que consigue llenar de fe el corazón de los cofrades jiennenses. Así mismo lo reflejaba el extenso acompañamiento que persistió durante toda la procesión hasta su término, ya de noche.

Si bellas son las calles del arrabal por excelencia del centro histórico, la estampa de cualquier paso con la fachada de la catedral de fondo es una visión de indudable belleza para cualquier ojo que se precie en valorar por un segundo el compendio de arte concentrado en cuestión de segundos. Con el himno a Jaén resonando aún por las callejas, la Virgen conseguía reunir en las esquinas de las plazas a los más rezagados de este día festivo para la capital. A pesar de la probabilidad de lluvia asentada desde hacía días de forma previsible en esta jornada, tan solo los pétalos cayeron del cielo dispuestos a colorear el manto verde oliva de la patrona con absoluta elegancia en su discurrir.

La procesión a su paso por la calle Bernabé Soriano.
La procesión a su paso por la calle Bernabé Soriano. / Esther Garrido

Y como un sueño perdido, las más de treinta cofradías representadas en el cortejo se perdían entre las naves de San Ildefonso a la espera de recibir a la Virgen con un último colofón de vivas. Sus horquilleros la mecieron una última vez ante el público para entregarla de nuevo a la que es su morada los 365 días del año. Justo allí, bajo el cielo sacro que ideasen los artistas de otra época, la legendaria mujer que un día socorriese a los mayores de la ciudad sonríe de forma permanente.

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