Culmina un Viernes Santo de luto y saeta entre los callejones de Jaén

Semana Santa Jaén

La sepultura del Señor se escinde en dos cofradías cada año en la capital

Viernes Santo en Jaén, en directo | El Santo Sepulcro ya llega al centro de Jaén

La Virgen de los Dolores de San Juan acompañada de sus ciriales
La Virgen de los Dolores de San Juan acompañada de sus ciriales / Peragón
Antonio Cañada

30 de marzo 2024 - 00:38

En la antigua Grecia se usaba el término hecatombe para designar un sacrificio religioso de, al menos, cien bueyes. Esta palabra ha llegado hasta nuestros días para hablar de una gran mortandad durante una catástrofe. Y quizá suene hasta exagerado extrapolar este concepto a la sensación de vacío que deja cada año la madrugada del Viernes Santo entre las calles de Jaén. La oración transcrita en vítores al paso de Jesús deja enmudecidas las voces de hasta el más diestro de los saeteros. Pero en su camino al Calvario, el nazareno de los descalzos muere enclavado en la cruz y se entrega al silencio y la hecatombe de una ciudad dormida.

La tarde del Viernes Santo llegó con la humedad fría y cansina de la lluvia, que de nuevo decidió regar las calles salpicadas de cera durante varias horas. La agonía desde los templos de la capital rinde honor al luto propio por la muerte de Jesús, que en los Santos Oficios se hace presente a través de la palabra. Sin embargo, no todo ha acabado en el plano cofrade aunque muchos lo crean. Dos hermandades de auténtica raigambre escinden la sepultura de Cristo en dos cortejos.

Desde las angostas calles de San Juan, el poeta Almendros Aguilar recitaba las preces de su propia poesía ante el público concentrado en la plaza. El reloj desde la Torre del Concejo marcaba la hora en punto cuando, a eso de las siete, se abrían las puertas de este templo para dar paso a un museo andante de principio a fin. Ya la cruz de guía parecía advertirse que la muestra de esta hermandad en la calle es de un corte tan serio y solemne que casi se desvincula de lo vivido en la pasada madrugada.

Como un Gólgota surgido desde las fauces de la tierra, el paso del Calvario con sus tres cruces ascendió ante el impacto visual que supone esta salida, con el cuerpo a tierra de sus costaleros y la mesura estudiada de sus capataces. Una vez fuera y enfilando su itinerario, todo era añejo en este paso de misterio que bien podría presumir de tener uno de los mejores conjuntos escultóricos de la Semana Santa andaluza. La Virgen sedente al pie del crucificado, preservó su exquisita belleza en silencio para no quitar protagonismo hacia lo que se cuenta a su alrededor.

Prosiguió el cortejo con la urna barroca del Cristo Yacente, joya eminente del patrimonio jaenero y un relicario andante a su paso por la carrera oficial. En cuanto a la seriedad de sus nazarenos, un ejemplo del rigor que aún falta en muchas cofradías. El paso de esta cofradía por el Arco de San Lorenzo es estampa señorial y de obligada captura para las miradas capaces de asistir a tan monumental escena. Será también que la dolorosa de Jaén, esa Virgen entre el pasmo y la pena más honda, ponía el broche de oro con su mera presencia en la calle. Ni la candelería enfrentada a las fuertes ráfagas de viento osaba quebrar el llanto de esta madre enlutada.

Luto también en San Ildefonso

Pero el cortejo fúnebre pasa de un flanco a otro hasta llegar a San Ildefonso, desde donde la cofradía de la Soledad puso a sus hermanos en la calle llegadas las nueve de la noche. El sonido del muñidor y los cantos tras el paso de Jesús Yacente pusieron en evidencia el saber estar de un público que asiste a una procesión solemne. Es de reconocer la conversión del cofrade promedio de la ciudad en los últimos años para saber entender la personalidad de estas dos hermandades de luto.

Con su mano vencida, la Virgen de la Soledad caminaba pesarosa tras el cuerpo inerte de su hijo. Vestida con elegante ajuar y llorosa entre la candelería fundida a golpes de tambor, con su negro manto fue apagando las almas de Bernabé Soriano para alcanzar los cimientos de la Catedral. Hasta el templo mayor tomaba otro cariz en este Viernes Santo de lamento.

Llegó la medianoche y con ella el lamento de la muerte. La pasión dejó paso al silencio enclavado en el pensamiento de los cofrades. Lo que bien empieza, bien acaba, y Jaén sabe que el final no está en la muerte sino en la gloria.

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