Vida contemplativa: Del esplendor del XIX a los cinco monasterios actuales en Jaén

RELIGIÓN

Cuatro órdenes religiosas: las Carmelitas Descalzas, las Dominicas, las Clarisas y las Esclavas del Santísimo son el reducto de aquella importante ciudad conventual

El convento de San Antonio, junto a la Plaza de Los Jardinillos, fue el último en prescindir de monjas ante la falta de vocaciones en el año 2018

Intentan estafar a 15 conventos de Jaén haciéndose pasar por el obispo Sebastián Chico Martínez

Religiosas pertenecientes a las Esclavas del Santísimo Sacramento en su oración diaria.
Religiosas pertenecientes a las Esclavas del Santísimo Sacramento en su oración diaria. / Esther Garrido

Habría que remontarse varios siglos atrás para conocer un pasado que, aunque remoto, era capaz de albergar la riqueza cultual de auténticas joyas del barroco. Las empedradas calles del antiguo Jaén superponían sus collaciones con un trazado selecto en el que repartir a sus religiosas por los cuatro puntos cardinales. Los cronistas de la época hablaban de una ciudad conventual, un polo de atracción para la vida contemplativa y la entrega a la oración.

Tan grande debió de ser la actividad monacal en la capital jiennense que pronto empezó su declive con la temida desamortización de Mendizábal. De aquella enajenación de bienes vieron desplomadas sus paredes legendarios edificios que hoy formarían parte de nuestro casco histórico: es el caso del antiguo Convento Casa Grande de San Francisco, donde hoy se levanta el palacio de la Diputación Provincial. También resuenan aún gloriosos centros de culto como el Convento de La Coronada, cuya imagen titular debió de competir incluso en devoción con la Virgen de la Capilla.

De aquellos lejanos tiempos apenas queda el testimonio de muros en pie y pórticos trasladados, si acaso como baluarte fiel de lo que un día albergó vida. Muchos de esos edificios históricos cayeron presas del declive, como el de La Merced o el añejo Convento de Santa Úrsula, que acabó legando su capilla y la devoción a Santa Rita a la anexa parroquia de La Magdalena. Del estado y la propiedad de su espacio poco o nada se sabe desde su cierre en el año 2008.

El último en sumarse a esta caída libre fue el de San Antonio, un recoleto convento bajo la tutela de las Siervas de María que honraba al santo casamentero en el populoso entorno de Los Jardinillos. Tras 132 años instaladas en la ciudad, la falta de vocaciones obligaba a esta orden a abandonar la capital en 2018. Su iglesia, todo un relicario de azules murillescos, celebra misa cada mañana en una lucha por mantener su arraigada feligresía.

Panorámica de la ciudad del año 1862, con el convento de San Francisco aún junto a la catedral.
Panorámica de la ciudad del año 1862, con el convento de San Francisco aún junto a la catedral. / Clifford

De la eterna deuda de esta ciudad para con su patrimonio existe un ejemplo de mala gestión y abandono de las instituciones en el que el silencio ensordecedor carcome uno de los edificios más hermosos de la capital. El Real Convento de Santo Domingo, iglesia y claustro en su conjunto, permanece ajeno a los planes de recuperación a pesar de su notable valor artístico. Será pues que la desamortización de este siglo es la provocada por la propia ausencia de interés por abrir este tipo de espacios culturales para el disfrute de la ciudadanía y la inversión que ello conlleva. De todos estos templos conventuales ya perdidos queda todavía el bendito manifiesto de su recuerdo, capaz de tejer la historia para los que olvidan y captar el interés de quienes la lloran.

Oración en la clausura del siglo XXI

En el lamento que arrastra el difícil paso del tiempo, la vida dedicada a la oración se antoja en la actualidad una verdadera renuncia a los placeres y privilegios más cotidianos. La religión pierde fedatarios como el arroyo que ve secar sus aguas de forma irreparable. Las vocaciones religiosas, en otro momento una razón de gracia divina, son vistas hoy ante el ojo crítico de quienes no comprenden el interés por vivir bajo la clausura, encerradas en un mundo de paz y felicidad con Dios.

Especialmente curioso es el caso de las mujeres en la experiencia monjil, cuyas órdenes subsisten aún en las ancestrales recetas de su repostería y en el traslado continuo de hermanas migrantes con las que suplir las bancadas vacías de sus claustros. Con todo y con eso, tal y como confirman los datos recogidos por la Diócesis de Jaén, hoy en día sobreviven veinte monasterios de este tipo repartidos por todo el territorio jiennense.

Centrándonos en la capital, tan solo Jaén mantiene en activo cinco conventos gestionados por cuatro órdenes religiosas diferentes. Si hay un ejemplo de perseverancia en el devenir de los siglos ese es el Real Monasterio de Santa Clara, enclavado en plena judería y considerado el más antiguo de la ciudad. Las monjas clarisas trabajan la artesanía de sus dulces en la intimidad de sus huertos y bajo la protección del Cristo de las Misericordias, titular de la hermandad de los Estudiantes, imagen de las que son guardas y protectoras durante todo el año. El encanto de su claustro así como su austera capilla conforman uno de los mayores tesoros patrimoniales del casco antiguo.

Existe el caso paradigmático de dos monasterios bajo la misma advocación, de la Purísima Concepción, pero dirigidos por dos órdenes distintas. El primero de ellos, más conocido entre los jiennenses con el sobrenombre de Las Bernardas, coincide en uno de los espacios más singulares del arrabal de San Ildefonso. Su pasado franciscano añade uno de los muchos avatares casi legibles en el recinto fortificado que hoy presenta este conocido convento junto a la Alameda. Su ubicación prácticamente anexa a la Puerta del Ángel, en lo que otrora debió ser el trazado de las antiguas murallas, ofrece al turista un enclave arquitectónico de belleza extraordinaria. También la hechura de su iglesia custodia una rica colección de pinturas apenas perceptibles en la lúgubre visión de sus paredes.

Interior de la iglesia de Las Bernardas.
Interior de la iglesia de Las Bernardas. / Esther Garrido

Con el mismo nombre y algo más alejadas, las queridas monjas dominicas de La Alcantarilla hacen las delicias de sus vecinos y vecinas, en el sentido más literal de la palabra. De nuevo estas hermanas enclavadas en las entrañas de esta popular barriada deben una mayor actividad en su cotidianidad a la agenda cultual de la cofradía de la Estrella. Quizá sea el momento de reflexionar acerca de la importancia de albergar una hermandad junto a una orden religiosa, con el fin de acercar su predicación silenciosa al ruido, a veces impertinente, de los cofrades. No se nos debe olvidar que allí donde crece una cofradía hay futuro.

Relicarios de historia pura

Prosige la lista de la vida contemplativa con las Carmelitas Descalzas, en el monasterio de Santa Teresa de Jesús. Este convento ubicado en una de las vías más señoriales de Jaén tiene la suerte de compartir vecindad con la mayor devoción de los jiennenses: Nuestro Padre Jesús Nazareno, "El Abuelo". De sobra son conocidas las magdalenas que cruzan su torno como el más voluble de los tesoros, aunque más desconocido es el hecho de que estas monjas conservan un manuscrito del mismísimo San Juan de la Cruz, el llamado Cántico Espiritual, además de una campana que perteneció a la propia Santa Teresa.

Adoración perpetua en la capilla ubicada en la calle San Clemente.
Adoración perpetua en la capilla ubicada en la calle San Clemente. / Esther Garrido

Por último, sin la presencia de otras órdenes como las agustinas, mínimas o trinitarias, existe una clausura no papal en Jaén que llama poderosamente la atención a quienes contemplan su actividad por primera vez. Se denominan Esclavas del Santísimo y de la Inmaculada y permanecen en adoración perpetua a la Eucaristía durante cada jornada, sea en compañía de los fieles o a puerta cerrada. Su diminuta capilla remodelada en 1956 permanece ajena al trasiego de la calle San Clemente: podría decirse que se trata de un oasis de paz para quienes buscan una verdadera conexión espiritual de manera inmediata.

Con más o menos cambios a lo largo de su historia, esta ciudad conventual se ha desdibujado a sí misma en tantas ocasiones que resulta difícil imaginar otros escenarios que no sean los que hoy admiran nuestros ojos. En mitad de las discordias que centran nuestro día a día, la oración parece no alterarse entre las religiosas que conviven en clausura. Pueda parecer algo impropio de este siglo, pero ya lo decía Santa Teresa de Jesús: "Quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta".

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