Sin solución
Ropa Vieja
En el Chambao sí hay honor, pero esta virtud es sólo propiedad de algunos. Fundamentalmente de aquellos a los que la vida ha puesto en este cuadro de chabolas y casas prefabricadas. El lugar recuerda al mismo barrio marginal de la novela Tiempo de Silencio.
Es este lugar un paraíso ideal para aquellos que se inician en el mundo de la literatura. El sitio es un campo de entrenamiento donde realizan sus primeras incursiones literarias.
La droga, que circula con asiduidad, la violencia contra las mujeres, los ajustes de cuentas, los enganches de luz con las correspondientes ocupaciones de viviendas para el cultivo de marihuana son los grandes argumentos que utilizan estos seudoescritores para buscar la catapulta que los encumbre en la ya atestada literatura local.
A través de alguna dádiva, que es generalmente monetaria, compran las historias de estos delincuentes cuya vanidad se ve recompensada al verse en las historias, en los libros de estos aprendices de escritor.
Éstos carecen de todo principio o conducta moral, pues hacen caso omiso a las llamadas de socorro de los vecinos que, como he dicho antes, sí tienen honor.
Estos semiliteratos realmente parecen malos periodistas que sólo buscan el escándalo y el conflicto.
Pues los buenos vecinos de El Chambao necesitan ayuda y comprensión. Necesitan que sus hijos crezcan al margen de la miseria y de los estragos que ocasiona la droga.
Se sienten desamparados por los políticos de turno que tienen asumido que la zona es un gueto sin posibilidad de salvación.
Es necesario que alguien cuente su historia.
Uno de los vecinos con honor dio un golpe de timón. Quiso cambiar el estado de las cosas.
Su solución fue muy radical. Sin embargo, fue lo que salvó a sus hijos.
La tarde ya estaba a punto de comenzar a caer. La llama, tan roja, buscaba el oeste de sus sueños.
Uno de los juntaletras subía por la cuesta de sus historias, buscando su cuento de drogas y excesos.
Alguien lo esperaba, escondido entre los escombros. El escritor no lo vio venir.
Los disparos fueron a bocajarro. La historia tuvo un final distinto. El literato cayó muerto al suelo.
Al día siguiente, los hijos de este vecino con honor fueron repartidos entre diferentes familias de acogida.
El tiempo que pasaría en la cárcel, lo haría felizmente. Los niños tendrían la posibilidad de tener un futuro.
En el Chambao, los sueños, a veces, no son como queremos.
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