¿Es tan nuevo David Broncano? ¿No es más nuevo Marc Giró?
San Antón, una tradición de generaciones donde Jaén se une en hermandad alrededor del fuego
Local
Rafa Romero: "Para mí es la mejor fiesta que tiene la ciudad y la disfruto muchísimo porque es convivencia de una noche en el que todos somos como familia"
La empresa de Jaén que está detrás de las 5.000 antorchas que iluminarán el paso de los corredores de San Antón
Jaén/En la noche de San Antón en Jaén parece que llueven chispas, a pesar de que el termómetro no supere los 5 grados. 35 lenguas de fuego repartidas por la ciudad darán calor a los vecinos y curiosos que se acerquen a vivir una tradición que se remonta al siglo XVII. Las calles y plazas se convierten en una algarabía de adrenalina por la carrera urbana, de hermandad por las plazas de los barrios, que suman un año más otra lumbre y de emoción por vivir una noche mágica de auténtico sentimiento jiennense.
Jaén se transforma en una ciudad de luz y calor por unas horas. Así ha sido durante cientos de años y aunque algunas cosas hayan cambiado, para Rafa Romero, miembro de la Tuna, que cuenta con su propia lumbre en La Merced, se trata de la fiesta más auténtica que se conserva.
"Es muy pura y no está alterada con cosas de fuera. Para mí es la mejor fiesta que tiene Jaén y la disfruto muchísimo porque es la fraternidad y la convivencia de una noche, en el que todos somos como familia, porque si alguien llega y aunque no lo conozcamos de nada va a tener su bota de vino, sus rosetas y lo que estemos asando lo va a comer", expresa.
El amor por esta tradición ha traspasado desde generaciones como la de Antonio López, quien viste ya canas y muchas anécdotas a sus espaldas. De sus 80 años, 60 los ha vivido en pleno casco histórico, a tan solo unos metros donde se encuentra resguardado en la iglesia de San Juan, San Antón. Los recuerdos de aquellas hogueras y bailes junto a su mujer cuando eran críos le planta una sonrisa de oreja a oreja.
Antonio no se ha perdido ni una desde entonces y cuando se acercaba la fecha, contaban los días que quedaban para poder soltar los "tirajos" a la lumbre y saltar encima de ella. "Mi mujer y yo bailábamos los melenchones, saltando y dando vueltas era una alegría, amistad y vecindad", cuenta.
Aunque por mucho que esta tradición haya llegado a día de hoy casi inalterable el paso del tiempo, cambia ciertas costumbres que también hacían a esta fiesta especial. "Antiguamente, íbamos de un barrio a otro con los "tirajitos", nos peleábamos con los de otros barrios porque intentábamos robarnos los unos a los otros, la gente no se podía dejar las puertas abiertas porque le quitábamos las sillas para echarlas a las lumbres", recuerda Antonio.
Tras recolectar una buena cantidad de ramones, lo guardaban en solares y hacían guardia para vigilarlos como si del mayor tesoro se tratase. Así hasta el día del encendido del fuego. "Hoy ya compras el ramón, la gente lo echa directamente, ya nadie echa lo viejo, la gente llevaba rosetas, el vino y con las asociaciones y cofradía ahora los ponen ellos, eso sí ha cambiado mucho. Antes sacábamos algo de comida y era para todos, uno sacaba el vino, otro la bota, otro las rosetas, era vecindad", explica este vecino.
Su hijo, Juan Carlos López, observa como han sido y son tres generaciones, la de su padre, la suya y la de su hijo adolescente, que quizás ya no atiende tanto a la simbología y el sentimiento de vecindad como al de su padre y al suyo. Entonces, cuando él era joven, siempre celebraban la fiesta en la lumbre del barrio, todavía seguían yendo a por los enseres que iban a tirarse o compartían el vino. "Mi hijo va ahora a otras hogueras con amigos y cualquiera le dice que vaya a coger "ramones"", bromea Juan Carlos.
Rosetas, vino, comida, fuego y no puede faltar el 'pelele'. El muñeco de trapo que se yergue con un palo en lo más alto de la lumbre para ahuyentar "lo malo". "Cuando éramos pequeños nos íbamos todo por las faldas del castillo para hacer nuestra lumbre. Y uno de nosotros se dedicaba a hacer el muñeco", expresa la vocal de la Hermandad del Santo Sepulcro y vecina del barrio de San Juan, María Jesús del Moral. El pelele era el símbolo del aceitunero que siempre había terminado la poda y el muñeco que auguraba buen año y ahuyentaba los malos espíritus cuando se pegaba fuego, según cuenta la vecina.
Entre el ruido del crepitar del fuego y las conversaciones, si hay un sonido que reina es el de los melenchones, unas canciones de corro donde los jiennenses inventan coplillas sueltas y luego las enlaza una tras otra mientras bailan en corro y realizan diversas coreografías. Pilar Sicilia, de la asociación Lola Torres, aprendió desde pequeña estos bailes: "Con mis amigas nos juntábamos en el portal desde que empezaba el invierno a cantar, a jugar, a bailar y a inventarnos las letras. Llevo desde el año 75 estamos intentando fomentar los melenchones, a la gente le cuesta un poco, pero ahí estamos luchando. El día de las lumbres se animan un poco más y le gusta saber bailarlos", cuenta.
Tradicionalmente, todas las lumbres se encendían en la tarde del 16 de enero, vísperas al día de San Antón. Ya en las crónicas del Condestable Miguel Lucas de Iranzo se hacían referencia a esta festividad y fue en el siglo XVII cuando se creó una hermandad con el amparo de San Antón. El día 17 comenzaron a prenderse las primeras hogueras para celebrarlo y a expandirse por otros barrios. Pero hace unas décadas, la fecha de las lumbres de los barrios cambió debido a la celebración de la carrera popular aprovechando el fin de semana.
Temas relacionados
No hay comentarios