La Mesa de Salomón: una reliquia sagrada buscada en Jaén durante siglos

Leyenda

Escritores e investigadores defienden que el preciado objeto, guardado originalmente en el templo de Jerusalén, fue escondido en la provincia tras la caída del reino visigodo a mano de los musulmanes en el año 711

La mayoría de teorías sitúan la Mesa, que contendría la clave del funcionamiento del mundo, en algún lugar secreto de la Catedral de la capital, aunque su única copia está en Arjona

El misterio del cadáver de la Catedral de Jaén: verdades y mitos

Copia de la Mesa de Salomón en la lápida templaria de Arjona sobre la Catedral de Jaén
Copia de la Mesa de Salomón en la lápida templaria de Arjona sobre la Catedral de Jaén

“-[…] El tío de usted estaba convencido de que Rufinus había dejado en algún lugar del monasterio de Monte Sión las claves para encontrar el escondite de la Mesa de Salomón y el esquema contenido por la Mesa.

-¿El esquema?

-Me refiero a la shekinah, la fórmula geométrica del Nombre de Dios, el Shem Shemaforash, que es el verdadero tesoro, el tesoro espiritual, que contiene la Mesa de Salomón -Pío puso cara de no entender-. La Mesa de Salomón contiene el Nombre Secreto de Dios o, dicho en términos más actuales, la fórmula primordial de la materia, una fórmula a partir de la cual se puede deducir la ordenación del mundo”.

Seguramente el lector avezado haya reconocido en seguida, o quizás tras breves minutos de reflexión, este diálogo mantenido entre el profesor de latín Pío Expósito y el cabalista judío Samuel Gotmann en las primeras páginas de una novela de título sugerente, La lápida templaria, publicada en 1996 por la editorial Planeta y firmada por Nicholas Wilcox, un escritor e historiador británico desconocido hasta entonces, al menos en España. El autor tejió una historia de intriga, secuestros y asesinatos en torno a la trepidante búsqueda de una antigua lápida que contiene la clave para descifrar el código de la Mesa de Salomón, una reliquia sagrada hecha de oro, perlas, esmeraldas y rubíes en la que, según el mito, el rey homónimo de Israel habría dejado escritas en código cabalístico todas las pistas necesarias para conocer la fórmula de la creación y la clave del funcionamiento del mundo. Se trataría, en última instancia, de una poderosa fuente de sabiduría. No en vano a Salomón se le conoce como el rey sabio.

Lo curioso es que Wilcox vinculó en su libro esa leyenda con la tradición que sitúa la Mesa de Salomón en Jaén. ¿Por qué, entre todas las teorías que existían y existen al respecto, el escritor británico escogió esta? La respuesta es sencilla. El guiño a la provincia jiennense cobra más sentido si tenemos en cuenta que Wilcox no existió nunca salvo como seudónimo del arjonero Juan Eslava Galán, verdadero autor de la obra, tal y como reveló su colega del gremio literario, Arturo Pérez-Reverte, en un artículo de 2002 que merece la pena leer. No resulta osado afirmar que La lápida templaria es El código Da Vinci español, o quizás, dado que la novela de Dan Brown se publicó casi una década después, es más justo decir que El código Da Vinci es La lápida templaria estadounidense, y de paso se contrarresta ese afán de fagocitación que, en cultura y otros ámbitos, mueve al gigante norteamericano. En cualquier caso, no ha sido este el único libro -ni siquiera es el único de Eslava Galán- en el que se especula con la posibilidad de que una de las reliquias sagradas más buscadas de la historia esté escondida en algún lugar secreto del territorio jiennense. Se dice que toda leyenda se apoya siempre sobre una base de realidad. ¿Qué hay, por tanto, de verdad y qué de mito en ello?

El saqueo del templo de Jerusalén

Las fuentes bíblicas cuentan que, en el siglo X a. C., el Rey Salomón mandó construir en Jerusalén un templo en honor de Dios. Se convirtió en el santuario por excelencia del pueblo de Israel. En su sala más sagrada, el sanctasanctórum, a la que sólo podía acceder el Sumo Sacerdote el Día de la Expiación judía, se guardaban reliquias sagradas como el Arca de la Alianza, la menorah o candelabro de siete brazos y la Mesa en la que el monarca dejó codificado el Shem Shemaforash. De acuerdo a dicha versión, los babilonios, liderados por el Rey Nabucodonosor II, destruyeron el templo en el año 586 a. C. No hay ningún resto arqueológico que acredite que el santuario existió alguna vez. Después de aquello, se construyó un segundo templo de Jerusalén respetando la estructura del anterior, es decir, también con un sanctasanctórum pensado para albergar las reliquias sagradas. Sin embargo, en el año 70, las tropas romanas lideradas por el general Tito, que a la postre sería emperador, asaltaron Jerusalén, saquearon el santuario y lo quemaron. De aquella construcción sí que quedan vestigios hoy en día: el Muro de las Lamentaciones es el principal. Tito y sus soldados habrían llegado en procesión a Roma exhibiendo los tesoros hallados en el templo judío, entre estos, el Arca de la Alianza, la menorah y la Mesa de Salomón. No hay fuentes historiográficas que lo atestigüen. Sin embargo, en un relieve del Arco de Tito, en la capital italiana, puede aún observarse la representación de aquel desfile en el que claramente se aprecian las reliquias.

Detalle del Arco de Tito, en Roma, con la procesión triunfal de soldados portando los tesoros robados en Jerusalén
Detalle del Arco de Tito, en Roma, con la procesión triunfal de soldados portando los tesoros robados en Jerusalén

La Mesa llega a la Península Ibérica

En el año 410 tuvo lugar un episodio que los expertos sitúan entre los más estremecedores de la historia. Las tropas visigodas de Alarico I saquearon Roma en el marco de una guerra que se prolongó durante ocho años y pusieron en jaque el Imperio de Occidente. Los visigodos se instalaron posteriormente en la Península Ibérica y establecieron Toledo como su capital. Según el historiador bizantino Procopio de Cesarea, entre los tesoros que se llevaron se encontraban las reliquias que, casi cuatro siglos atrás, habían robado los soldados de Tito del templo de Jerusalén. Sin embargo, hay quien sostiene que, para proteger muchas de estas riquezas, las habrían repartido por toda la península para evitar que fueran descubiertas en tiempos de guerra como aquellos.

Hay evidencias al respecto: en 1926, un labrador llamado Francisco Arjona que trabajaba en el paraje de Majanos de Garañón, en Torredonjimeno, descubrió casualmente, escondidas bajo tierra, unas piezas de oro a las que inicialmente no se dio valor alguno. Con el tiempo, se descubrió que formaban parte de un conjunto de orfebrería de origen visigodo, hoy dividido entre los museos arqueológicos de Madrid, Barcelona y Córdoba. Desde entonces, diversos historiadores y arqueólogos se han hecho una pregunta: si los visigodos escogieron esta zona peninsular para ocultar el llamado Tesoro de Torredonjimeno, ¿no pudieron elegir también la actual provincia de Jaén para esconder la Mesa de Salomón que se llevaron de Roma?

Parte de la réplica del Tesoro de Torredonjimeno que se exhibe en el centro de interpretación del municipio
Parte de la réplica del Tesoro de Torredonjimeno que se exhibe en el centro de interpretación del municipio

Lo cierto es que todo apunta a que la Mesa siempre permaneció en Toledo, aunque el lugar exacto no se conoce. Una leyenda cuenta que Hércules eligió una cueva en la Ciudad de las Tres Culturas para esconder sus tesoros. La selló con una puerta y un candado, y la usó como base para construir un torreón o un palacio. Según la tradición, una inscripción a la entrada de la cueva advertía de que no se debía abrir la puerta, así que cada rey godo fue añadiendo un candado más para que nadie estuviera tentado de ello. Se creía que, si alguien lo hacía, el reino se iría a pique. Pero la curiosidad acabó matando al gato. En el año 711, el Rey Rodrigo decidió comprobar qué se escondía en la cueva, y lo que se encontró fue un espejo que le mostró la figura de dos jinetes con turbante y una profecía: cuando se leyera ese mensaje, hombres como los que se reflejaban conquistarían el reino. Lo único plenamente cierto es que, ese año, los caudillos musulmanes Tariq y Musa entraron en la península y derrotaron a Rodrigo. La conquista omeya de Hispania se consumó en el 726.

En este mito sobre la cueva y la profecía no se hace alusión expresa a la Mesa de Salomón, pero la mención sí que podría ser indirecta. “Las descripciones del maravilloso objeto difieren en los historiadores árabes. Para unos es una mesa, para otros un espejo. Era ambas cosas a la vez: una mesa en el aspecto físico y un espejo que sirve para ver, para conocer”, cuenta Eslava Galán en su libro La lápida templaria descifrada, en el que comparte autoría con el cabalista Álvaro Rendón. Es decir, que, aquel espejo con el que se topó el Rey Rodrigo habría sido la propia Mesa de Salomón, oculta en una cueva durante trescientos años.

Las crónicas musulmanas hablan del afán de Tariq y Musa por hacerse con la Mesa o el espejo, no sólo por el valor material del oro y las joyas de los que estaba hecha, sino porque, para ellos, se trataba de un objeto mágico. En definitiva, más allá de sus presuntas propiedades sobrenaturales, todo indica que la Mesa, lo que es existir, existió. Sea como fuere, a partir de ese momento la reliquia ya no aparece citada como tal en ninguna fuente historiográfica. La mayoría de investigadores sostiene que el objeto original acabaría destruyéndose, pero también sugiere una interesante posibilidad: para evitar que su tesoro se perdiera de forma definitiva, los visigodos podrían haber hecho copias del código inscrito en la Mesa para, luego, ocultarlas a lo largo y ancho de la península.

¿Un tesoro en las entrañas de la Catedral de Jaén?

Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, bautizado con el epíteto de ‘el insepulto’, fue nombrado obispo de Jaén en 1500. Su huella en la diócesis y la provincia es de sobra conocida: fue figura clave para impulsar las obras de la Catedral de Jaén, pero es que, además, se le conoce como el obispo constructor o ‘el edificador’ por financiar un notable número de proyectos arquitectónicos como la Iglesia de la Encarnación de Bailén, el Puente del Obispo entre Begíjar y Baeza, y la portada de la cabecera de la Iglesia de San Ildefonso de la capital, entre otras. Lo que muchos se preguntan es de dónde sacaba todo el dinero para ello.

En un artículo publicado en octubre de 2013 en la revista Historia de Iberia Vieja titulado La Mesa de Salomón, el periodista Lorenzo Fernández Bueno cita una descripción del prelado que atribuye a “cronistas de la época”: “Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, el obispo insepulto que se enriqueció en una época de penuria económica para la mesa episcopal, construyendo obras cargadas de simbolismo, de criptogramas que conducían a un enigma inconcluso, ganándose el sobrenombre de ‘el edificador’, el constructor de una tradición ocultista que ansiaba llegar al gran descubrimiento”. Fernández Bueno añade que Suárez fue, además, “heredero de una saga de iniciados que, al menos hasta 1893, estuvieron buscando la citada Mesa, amén de varios documentos francamente reveladores, en el laberinto de pasillos que se sitúan bajo el ajedrezado suelo catedralicio”.

Los que defienden la idea de que Alonso Suárez fue uno de los que buscó de forma incesante la Mesa en la Catedral, afirman, como Fernández Bueno, que el obispo dejó en diversos espacios de la seo algunos símbolos iniciáticos que aluden directamente al Rey Salomón -lo cierto es que hay una figura del monarca de Israel en la fachada norte-. En el libro antes mencionado de Eslava Galán y Rendón, La lápida templaria descifrada, se cuenta que en 1968 se encontraron en los archivos de la Catedral unas notas de un estudiante de Derecho, José Moreno, que en 1937 fue designado por la Dirección General de Bellas Artes para inventariar los bienes de la seo. Al joven lo fusilaron en 1941 por su militancia izquierdista. Entre sus notas halladas 27 años más tarde había, según Eslava Galán, un legajo con el título Los que buscaron la Cava que contenía una lista de personas que, entre los siglos XIII y XVIII, habrían tratado de encontrar la Mesa de Salomón. El propio escritor jiennense recuerda que cava, antiguamente, significaba cueva. En base a ello, unos aseguran que lo que buscaban aquellos hombres de la lista era un espacio subterráneo de la propia Catedral en el que se guardaba la Mesa de Salomón. No en vano, la cava de Toledo fue, según la leyenda, el sitio en el que la Mesa permaneció escondida durante siglos. En una cueva, por otro lado, vivía el lagarto de Jaén de la leyenda más famosa de la capital, por lo que la mención a ese concepto o, como mínimo, a la propia palabra, está íntimamente ligada a la cultura jiennense.

Interior de la Catedral de Jaén
Interior de la Catedral de Jaén / Europa Press

Otras posibles ubicaciones de la Mesa de Salomón en Jaén

Pero la Catedral no es el único enclave de la provincia que investigadores y periodistas han apuntado como posible lugar de custodia de la Mesa de Salomón, aunque en todos se mantiene vivo el protagonismo de lo subterráneo en toda la extensión de su significado. En otra obra de Eslava Galán, Los templarios y otros enigmas de la historia, se afirma que existen rumores de que la reliquia fue escondida en el Castillo de Santa Catalina durante la Reconquista. En esa línea, el historiador e investigador Luis Mariano Fernández, en su libro La España extraña, menciona la teoría de que la reliquia fue trasladada a Jaén esa época. Otros exploradores e investigadores han buscado indicios de ello en los pasadizos y las cámaras del castillo, pero siempre sin éxito.

Vistas desde el Castillo de Santa Catalina
Vistas desde el Castillo de Santa Catalina / Ayuntamiento de Jaén

En el caso de La Iruela, en pleno Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas, existen leyendas locales que sugieren que la Mesa fue escondida en su castillo, uno de los más bonitos de la provincia, para protegerla de los invasores musulmanes. Por su parte, el escritor José Cabello Montoya, en su obra Mitos y leyendas de Jaén, recoge otras historias locales que hablan de la posibilidad de que la reliquia fuera ocultada en el Santuario Ibérico de la Cueva de la Lobera, en Castellar. Hay historiadores que dicen que lo que se buscó en Jaén no fue la Mesa en sí, sino la clave del Shem Shemaforash, y otros sostienen que la reliquia se dividió en varias partes para dificultar que se encontrara, lo cual ayuda a alimentar la idea de que cada uno de estos espacios citados pudiera albergar una pieza distinta de la Mesa.

Castillo de La Iruela
Castillo de La Iruela

La lápida templaria de Arjona

Alfonso Nieves, en su blog Portal Arjonero, cuenta que, en 1956, durante unas obras de restauración de la Iglesia de San Juan de Arjona, un trabajador encontró una extraña lápida de mármol en el frontal del altar. En su superficie tenía grabado un compendio de figuras geométricas: círculos concéntricos, líneas y una estrella de doce puntas, entre otras. El obrero decidió quedársela, y la pieza acabó en manos de un anticuario de Granada. Como no consiguió venderla, la dejó guardada en su almacén hasta que, en 1981, un joven Juan Eslava Galán se la compró y la donó a su pueblo. “Algunos cabalistas que han examinado la lápida, en persona o a través de fotografías, han coincidido en afirmar que se trata de una representación de la Mesa de Salomón”, dice el escritor jiennense en La lápida templaria descifrada. El primero que la estudió en detalle, de acuerdo a las reglas de la Cabalá, fue Álvaro Rendón, y el fruto de ese exhaustivo análisis ocupa la mayor parte de ese libro.

Fernado Ruano Prieto, barón de Velasco
Fernado Ruano Prieto, barón de Velasco

Más allá de la interpretación de la lápida, bajo la iglesia de San Juan de la que fue robada hay una cripta que mandó construir en su momento Fernando Ruano Prieto, barón de Velasco, quien, al parecer, formó parte de una logia neotemplaria llamada Los Doce Apóstoles, que estuvo activa entre al último tercio del siglo XIX y los primeros años del XX. La herencia de la cultura templaria en Arjona es evidente. Uno de los símbolos más populares de la Orden del Temple es la representación de dos jinetes a lomos del mismo caballo, y los patrones arjoneros son dos mártires gemelos, Bonoso y Maximiano. Hay quien señala a Los Doce Apóstoles como los herederos de aquellos que “buscaron la Cava”, quienes les habrían transmitido sus conocimientos en torno a la Mesa o directamente al Shem Shemaforash. En base a esas claves habrían elaborado la lápida arjonera a imagen y semejanza de la codiciada reliquia. Según Eslava Galán, la logia “se habría propuesto continuar la labor de los templarios, instituir un imperio universal del bien y de la justicia, a través del conocimiento contenido en la Mesa de Salomón”. La lápida aún se conserva en un muro del patio de columnas del Ayuntamiento de Arjona. El secreto sobre si su grabado se corresponde con el que atribuyen las leyendas a la Mesa de Salomón y si, en ese caso, conduce verdaderamente al conocimiento absoluto, aún sigue sin resolverse.

La lápida templaria de Arjona
La lápida templaria de Arjona
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