Género tonto

Vericuetos

Esta semana afrontamos dos noticias ciertamente preocupantes que dejan patente una clara involución en la digestión moral de las libertades ajenas y las realidades sociales de nuestro país. Por un lado, desayuno con una estadística escalofriante sobre los prejuicios de la llamada generación Z (los nacidos en los 90) acerca de la homosexualidad, subiendo veinte puntos en los últimos 3 años. Por otro, almuerzo con la apertura en Madrid de un centro para hombres víctimas de violencia sexual. Ceno con la sensación de estar viviendo hacia atrás y finalmente me acuesto esperando un nuevo amanecer que nos saque de esta noche de cristales rotos que parece eterna.

Este verano he ido a Cuelgamuros pro primera vez en mi vida y al caminar por la explanada y por el interior de la montaña tuve la impresión de deambular por una historia que permanece latente a la espera de nuevos días de gloria. Un silencio tétrico y un vacío lleno de dolor impregna cada piedra allí colocada, pero lo que más sobrecoge de aquel escenario es justo la tendencia de la gente a olvidar el pasado e incluso añorarlo como un lugar idílico al que regresar.

Que la juventud retome los argumentos de sus mayores más retrógrados no hace sino confirmar que el género tonto es otro género más a tener en cuenta en el discurso de las identidades. Resulta incomprensible y temerario que quienes deben luchar por la igualdad y el futuro de nuestro país sean precisamente quienes censuren con mayor entusiasmo el progreso de los derechos, alegando supuestas situaciones de agravio para encubrir lo que en realidad es solo odio al diferente.

Que se abra un centro para hombres víctimas de violencia sexual no debería ser negativo, porque toda víctima debe ser protegida. Pero el uso torticero, manipulador y con aroma de confrontación y negación de la mayor en referencia a la criminal violencia machista es vomitivo. Siempre que muere una mujer a manos de su pareja salta alguien como un resorte para indicar que también mueren hombres, en un fanático impulso por sepultar esas escalofriantes cifras en las cunetas del olvido; esas cunetas que fueron tan prácticas para hacer de España Una Grande y Libre.

Y eso es justo a lo que huelen ambas noticias: a una grandeza que empequeñezca a los rivales y a una libertad que solo pueda mirarse de lejos entre los barrotes del alma humana. Quédense ustedes con ese país, porque mi única patria es la mar...

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