El parqué
Jaime Sicilia
Jornada de subidas
El precio del oro líquido
Jaén/El precio del aceite de oliva de Jaén fluctúa en función a múltiples factores, pero su verdadero valor reside en todo aquello que el consumidor no ve cuando coge una botella del estante. Para que ese oro líquido, de contrastados beneficios para la salud y propiedades gastronómicas únicas, llegue a las mesas de medio mundo, hace falta un trabajo duro, especializado y, en muchos casos, llevado a cabo de una forma casi artesanal.
Esa es la labor que desempeñan desde hace siglos ya miles de familias de agricultores en la provincia y, aunque en un número quizás insuficiente al que demanda esta tierra, hay una nueva generación de olivareros dando un paso al frente, haciéndose cargo de las explotaciones familiares. Pero no lo hacen de cualquier manera, pues el perfil del agricultor jiennense está cambiando hacia uno más profesionalizado, conocedor del proceso de venta del aceite desde su recolección hasta las campañas de marketing que lo venden por todo el globo terráqueo.
Pero quien mejor puede contar lo mucho que tienen que ofrecer los jóvenes que deciden dedicarse profesionalmente al olivar y lo que se encuentran cuando lo hacen son ellos mismos.
A Nicolás Moya Gasco siempre le ha gustado el campo. Recuerda vivir esa vocación desde pequeño y aún así acabó estudiando Veterinaria en la Universidad de Córdoba. “Una vez que acabé la carrera fue cuando me di cuenta de que no quería ni trabajar en una clínica ni opositar. La libertad que tienes en el campo no se paga con nada”, relata para Jaén Hoy este joven agricultor, natural de Torres y vecino en Jimena.
A sus 31 años hace ya varios que trabajó como arrendatario de su padre pero, cuando este falleció en 2023, se hizo cargo de una explotación familiar. “Vivo en mi cortijo, en mitad del campo”, añade sobre una conexión con la naturaleza que marca su modo de vida. Y destaca de su profesión la flexibilidad de horarios que tiene. “Puede uno disponer del tiempo como quiera, menos en la campaña porque las cooperativas tienen un horario de cierre, aunque también es verdad que el olivar es como una casa, siempre hay algo que hacer”, detalla Nicolás acerca de su día a día. Uno que le encanta, tanto que afirma lo siguiente: “Me gusta tanto mi trabajo que es como si estuviera de vacaciones todo el año”.
No envidia a aquellos que trabajan en unas oficinas que se le antojan monótonas y denuncia que sufren un exceso de burocracia al mismo tiempo que pide que las administraciones centren sus ayudas en facilitar el acceso de los jóvenes a la tierra. “Para dedicarte profesionalmente a esto hay que tener bastante campo y si de verdad queremos que haya un relevo generacional las ayudas tienen que estar destinadas a que el que las reciba pueda comprar tierra. Si tu familia o tú no tienes tierra es muy complicado porque tienes que encontrar a alguien que se fie de ti y que te firme un precontrato cediendo sus derechos de subvención. Deberían financiar la compra de terrenos en la comarca de la que es natural esa personas, para ayudar a parar la despoblación”, plantea este joven torreño.
Sabe de lo que habla pues bajo su tutela crecen los olivos de 120 hectáreas de regadío y 20 más de secano. Colabora con el proyecto de la Universidad de Jaén ‘Olivares Vivos’, un modelo de cultivo innovador que recupera biodiversidad en el olivar; y asegura que su apuesta pasa por la diversificación a través de la calidad.
“Si pudiera haría todo mi aceite verde, pero no hay quien compre tanto aceite de este tipo. Esta aceituna tiene muy poco rendimiento y lo ideal es que el AOVE tenga un precio razonable, ni a siete euros ni a 1,65. Que también hay que decir que cuando el precio estaba así de bajo no salíamos en la televisión como lo hacemos ahora. Tenemos que tener en cuenta que aquí la gente compra aceite al precio que esté porque no se concibe la dieta sin él, pero en otros sitios no es así”,
Bajo su opinión deberían regularse los precios de todos los alimentos de la dieta mediterránea y denuncia que muchas de las normativas que se imponen desde la Unión Europea están hechas “desde un despacho y por gente que no sabe nada del campo”. Y acaba su entrevista, desde su olivar, con una crítica reflexiva para el conjunto de la sociedad: “Para bebernos los ‘cubalibres’ todo lo que nos pidan bueno es, pero si es para comida ya somos más especiales. Ahorramos en salud, que es donde no deberíamos escatimar”.
Lucía Ortiz Machuca se ha visto trabajando como administrativa, en la cocina de un restaurante y cuidando niños en una guardería, pero donde ha encontrado la idoneidad laboral ha sido entre olivos. “Cuando acabé la ESO me gustaba la rama sanitaria y empecé el Bachillerato de Ciencias pero me quité porque las asignaturas se me hacía muy cuesta arriba. Hice Formación Profesional en Gestión Administrativa y prácticas en una empresa de mi pueblo, pero la contabilidad no me apasionaba y, tras pasar por varios departamentos, acabé en el almacén que era donde más movimiento había”, cuenta esta frailera de 22 años sobre sus experiencias profesionales previas a acabar en el negocio tradicional familiar, el del aceite de oliva.
Se reconoce feliz en el campo y no “en una oficina por mucho que estés calentica en invierno y con aire acondicionado en verano”. “Los abuelos ya están mayores y mis padres van teniendo algunos problemas de salud, por lo que yo ya trabajo en todo el proceso, desde la campaña de la recogida del aceite hasta la poda pasando por el abono y el cuidado diario”, argumenta Lucía.
Coincide con Nicolás en que la flexibilidad de horarios es una de las mayores ventajas de dedicarse a la agricultura y también destina parte de su cosecha a la producción de AOVE verde. Y confiesa que dentro de todo el trabajo que hace lo que más le gusta es “llevar la maquinaria y dirigir a los grupos de trabajadores”. Preguntada sobre cómo se ve en su generación el hecho de dedicarse al campo confiesa que en su pueblo, Frailes, “no se ve raro”. “Lo que sí ve raro mucha gente es el ver a una mujer tan joven en el campo y llevando la maquinaria, pero nadie le pone pegas. Aunque es verdad que no hay nadie más de mi generación del pueblo trabajando en el campo. Yo siempre les digo que me va muy bien y lo ven normal pero no se animan”, narra defendiendo que la concepción de la agricultura no es mala entre los jóvenes del mundo rural, aunque pocos ven su futuro en ella.
Fruto de esto acaba Lucía denunciando que hay escasez de mano de obra y que las administraciones podrían hacer mucho más por ayudar a los jóvenes. “No hay trabajadores. Si buscas a gente del pueblo nadie quiere trabajar en esto y el traer a gente extranjera supone muchos requisitos. Además las subvenciones te las presentan como un dulce pero luego no lo son. Yo me he formado y tienen trampa porque hay que hacer muchísimos cursos y tienen demasiados trámites burocráticos y exigencias y todo para que luego te las puedan quitar. La nueva PAC la han escrito personas que nunca han trabajado en el campo”, resume esta joven de Frailes.
El de Antonio Manuel Conde López responde a un perfil más técnico. A sus 28 años de edad compagina su explotación agrícola con el trabajo de investigador en la Universidad de Córdoba en un proyecto que analiza las buenas prácticas agrícolas, cómo implementarlas y la forma adecuada de trasladarlas a los profesionales del sector agrícola. “Yo vengo de una familia de agricultores y he mamado esto desde pequeñín. Quería aprovechar toda esa base, porque la práctica no es lo mismo que la teoría”, cuenta este joven de Castillo de Locubín sobre lo que le empujó a ser ingeniero agrónomo.
Por todo ello, puede afirmar que falta gente para que haya un relevo generacional garantizado. “La verdad que somos pocos los que estamos interesados por este sector. La gente tiene poco afán al ser poco atractivo y no hablo sólo de la gente de la ciudad sino los propios hijos de los agricultores, que no quieren las explotaciones de sus padres ni estudiar nada relacionado. Si esto sigue así, de aquí a corto plazo no va a haber ni agricultores ni ingenieros que velen por la agricultura y en definitiva por la alimentación mundial, en la que España es referente”, analiza Antonio Conde.
Sí que es optimista en cuanto a la evolución que está teniendo el perfil de profesional del olivar: “Los jóvenes se están formando y cada vez están más cualificados y tienen esa base para ayudar en las fincas familiares”. “Es un plus tener ese relevo para maximizar la productividad e implementar las innovaciones agrarias, que son muchas”, añade este joven castillero. Y dentro de las nuevas generaciones diferencia entre dos tipos de perfiles “los que tienen formación previa y los tradicionales”, asegurando que aunque la burocracia es la misma para ambos, golpea más fuerte a los segundos. “La formación en nuevas tecnologías es clave y es un reto para los jóvenes. Ya no se puede recolectar como se hacía hace diez años porque ha cambiado todo”, reflexiona nuestra protagonista.
También tiene su particular tirón de orejas para las administraciones porque afirma que “todo lo que se está haciendo es a pasos muy lentos”. “El futuro debe ir por apostar por formaciones específicas para los agricultores. Es clave y se deben incentivar los presupuestos en este sentido”, defiende en su alegato final Antonio Conde, no sin apuntar la importancia que tiene en todo el proceso el cuidar de la vida y la calidad del suelo sobre el que se asienta el mar de olivos jiennense.
Manuel Pulido Zafra representa a la perfección a ese nuevo agricultor formado que entiende que el olivar hay que verlo más que nunca como una empresa en la que se busca el minimizar los costes y alcanzar el máximo rendimiento posible. “Mi padre siempre ha sido agricultor y yo estudié una Formación Profesional en Paisajismo y Medio Rural en Marmolejo. Era lo que más me cuadraba en aquella época y sabía que me iba a permitir firmar tratamientos fitosanitarios para mi explotación”, relata para Jaén Hoy añadiendo que recomienda esa FP a todo aquel que en un futuro se quiera dedicar al mundo del AOVE.
Describe su trabajo como “muy satisfactorio” por poder ver el fruto físico, la aceituna, después de un año de mucho trabajo, aunque reconoce que el mayor de los inconvenientes es el de depender de la climatología. De ahí su apuesta por la diversificación del negocio y el hecho de que haya creado dos empresas (Agroservicios Pulido y Mantenimientos Pulido) con distintos enfoques.
“Creo que lo que más valor le puede dar al olivar es el hecho de profesionalizarlo. Nosotros lo tenemos todo medido al milímetro, desde los costes hasta la calidad del aceite porque el objetivo es que los clientes saquen la máxima rentabilidad”, defiende. Y aunque cree que la mecanización es necesaria hace un aviso: “La calidad y las propiedades que se obtienen de un olivar tradicional nunca se van a obtener de uno de cultivo superintensivo”.
Manuel entiende que en gran parte el futuro del olivar pasa por la calidad porque “la gente tiene cada vez a cuidarse más y es un nicho de mercado que siempre va a estar ahí”. Y encuentra en la escasez de mano de obra su principal hándicap. “Todos los años para la recolección contrato a 40 personas y este año estoy buscando hasta debajo de las piedras, con experiencia o sin ella, y no encuentro. Si llego a 30 me daré por satisfecho”, denuncia afirmando además que se ha incrementado mucho en los últimos años el porcentaje de trabajadores extranjeros por ausencia de mano de obra nacional. “Hace diez años todo el mundo era del pueblo y ahora no llegan ni a la mitad”, asevera este joven vecino de Mancha Real.
El suyo es un ejemplo de buscar alternativas pues en los últimos años, en los que las cosechas de aceituna han sido tan escasas, ha adaptado su maquinaria, sus tractores, para con ellos desbrozar e incluso limpiar grandes plantas fotovoltaicas. “La agricultura es inestable por el tiempo y ahora las energías renovables están muy fuertes. En este sentido trabajamos ya a nivel nacional y hemos realizado una inversión porque los tractores tienen que cumplir una serie de requisitos y hemos realizado formaciones para la gente que teníamos contratada”, cuenta sobre otras de las alternativas que se abren para aquellos que apuestan por dedicarse profesionalmente al olivar.
Estefanía García Caballero también montó una empresa con su marido, Manolo, para trabajar distintas fincas arrendadas en los alrededores de Fuerte del Rey, que es donde tienen su residencia. Poco a poco empezaron a comprar también sus propios terrenos y desvela que ha sido su pareja quien le ha enseñado la labor de agricultora.
De su profesión, al igual que los testimonios que le han precedido, Estefanía destaca la libertad de horarios pero, en su caso, con un motivo todavía más importante: la conciliación familiar. “Tengo dos hijas, Aroa de 16 años y Natalia de siete. Yo me voy a las seis de la mañana y a las once ya estoy en casa. Puedo repartirme mi horario, algo que sería muy difícil si trabajase en una oficina. Yo quiero que mis hijas estudien porque esto es muy duro y hay años muy buenos y otros que no sabes de dónde vas a sacar, pero la mayor ya empieza a venir a la aceituna”, explica Estefanía sobre cómo vería que su descendencia continuase con el negocio familiar.
Reconoce que hasta ahora no han hecho aceite de oliva virgen extra verde pero que se lo están pensando “porque los olivos descansan más y es mejor aceite”. “Lo que no sufren los olivos con uno y con otro aceite no es lo mismo y tenemos que mirar por ellos porque son lo que nos da de comer”, argumenta.
Al igual que sus predecesores, lamenta el exceso de burocracia y pide un mayor control a la hora de otorgar las subvenciones. “Hay gente que de verdad las necesita y no las recibe por un papel mal redactado”, resume.
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