Las flores a María, una tradición que subsiste en la intimidad de los hogares de Jaén

Entre Pozo Alcón, Jamilena y Torredelcampo se contabilizan cerca de una decena de altares particulares dedicados al culto a la Virgen durante el mes de mayo

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Guía para no perderte las romerías y fiestas de esta primavera en la provincia de Jaén

Una vecina de Torredelcampo adorna un sencillo altar dedicado a la Inmaculada Concepción. / A.C.B.
Antonio Cañada

22 de mayo 2024 - 07:00

Son oasis de oración en medio de lo cotidiano: la figura de una Virgen, generalmente gloriosa, toma el protagonismo del salón durante todo el mes de mayo. A un lado el televisor, al otro las flores frescas, pero el rincón de divinidad parece inalterable en el espacio que estos hogares le dedican con profunda devoción. Hablamos de las “flores a María”, un tradicional rezo que sobrevive en la privacidad del hogar de algunas vecinas de la provincia de Jaén. La cita es prácticamente ineludible durante los 31 días que cuenta el mes, en los que estas viviendas se convierten en capillas particulares sacadas de cualquier película de Almodóvar.

Ana Alcántara, vecina de Torredelcampo, ni siquiera recuerda la primera vez que montó su propio altar. “Hace ya cerca de 30 años, por lo menos”. Su anterior domicilio en el casco antiguo de la localidad favorecía la visita de numerosas vecinas, que acudían en tropel a la convocatoria para despedir su rezo del santo rosario con coplas antiguas. "Adiós Virgen de las flores, hasta mañana, adiós. Échame, madre mía, tu santa bendición", recita Ana. Esta torrecampeña recuerda esos años con cierta melancolía y ahora se siente responsable de preservar esta tradición mientras pueda. "Pero no todo es rezar, pues el último día del mes aprovechamos para tomar un chocolate con dulces en convivencia".

Las flores de mayo congregan a las vecinas del municipio de Jamilena. / Juan Liébana

También en municipios colindantes, como Jamilena, perviven algunos de estos altares efímeros en los que comparten espacio de forma singular toda clase de imágenes particulares. Igualmente, no hace falta alejarse mucho de la capital para comprobar que estos ritos se han terminado trasladando a las parroquias. En una manera de atraer fieles a las bancadas de las iglesias y ante la pérdida irreparable de esa convivencia vecinal, ahora son las hermandades las que recuperan los cánticos populares propios de mayo como preludio a la eucaristía de la tarde. Es lo que ocurre con la cofradía de la Virgen de la Capilla, cuya imagen es expuesta en el altar mayor de San Ildefonso durante todo el mes a razón de este culto.

Las vecinas del Barrio Nuevo de Jamilena comparten su devoción en la calle. / Juan Liébana

Un oasis para la oración en casa

Mucho más al sureste, entre el Alto Guadalquivir y la Sierra de Cazorla, el pequeño pueblo de Pozo Alcón se alza como un auténtico emporio de esta antiquísima costumbre. Sus angostas calles y plazas acogen todo un repertorio de altares y oratorios en los que estas “flores de mayo” cobran vida cada nueva primavera. Antonio Perea, un historiador del arte e influencerinfluencer de lo que ahora llamamos vintage o anticuado, aprovecha estos días para dar a conocer a sus más de 125.000 seguidores en Instagram estos rincones de entrega y devoción a la Virgen.

Uno de los altares que se veneran estos días en Pozo Alcón. / Antonio Perea

“Se trata de algo muy arraigado en el pueblo, se montan por promesa o por gusto”, comenta. La abundancia de las macetas predomina en el blancor inmaculado de cada uno de ellos, cuyas telas y cortinajes provienen generalmente de ajuares de sábanas y colchas antiguas. “No hay nada escrito ni un protocolo establecido, en realidad, pero siempre se sigue el mismo patrón de generación en generación”. En este encuentro vespertino, Perea señala la presencia mayoritaria de mujeres en un alegato a las auténticas mantenedoras de la fe en la sociedad actual.

Sobre el origen de estas reuniones de vecinas, este poceño apunta a que ya existía cuando nació su abuela, allá por el 1914. “Al principio recogían amapolas del campo para adornar los altares pequeños que se montaban con las típicas imágenes de capillas domiciliarias”. Así, con más o menos ostentosidad, la esencia de este ejercicio de las flores se ha conservado en el tiempo con el desafío que supone sobrevivir a una realidad en la que lo añejo, a veces, se invisibiliza.

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