Jiennenses en la División Azul: el enigma de la Cruz de Hierro nazi que terminó en un altar de Jaén y desapareció
Jaén Retro
El autor explica en un sorprendente pasaje histórico cómo una Cruz de Hierro nazi fue donada a la Divina Pastora de Jaén

El 22 de junio de 1941, Adolf Hitler lanzó la invasión de la Unión Soviética conocida como Operación Barbarroja. Poco después, el régimen de Franco autorizó la formación de una unidad de voluntarios españoles para combatir en el frente oriental. Aunque inicialmente se esperaba reclutar solo un millar de hombres, la respuesta superó todas las expectativas: más de 18.000 voluntarios se alistaron ese verano, entre veteranos de la Guerra Civil, jóvenes falangistas y aventureros.
El origen de un nombre
Aunque su denominación oficial era la 250.ª División de Infantería de la Wehrmacht, la unidad pasó a la historia como la División Azul. Este apodo surgió cuando los falangistas, al recibir el uniforme gris alemán, se negaron a dejar de usar sus características camisas azules. El contraste entre el azul falangista y el gris militar alemán dio origen al nombre que perduró en la historia.
Los voluntarios adoptaron el equipamiento alemán, pero conservaron los símbolos españoles. Reemplazaron su uniforme caqui con boina roja por el modelo germano, que incluía la bandera española en el casco y en la manga derecha.
De España a Rusia
El general Agustín Muñoz Grandes, veterano de la Guerra Civil y hombre de confianza de Franco, fue designado al mando de la unidad. El 14 de julio de 1941 partió hacia Berlín con su Estado Mayor, mientras que el grueso de la división emprendía un viaje singular: cruzaron la frontera por Irún en trenes aclamados por multitudes y escoltados por bandas de música.
En Francia, los voluntarios fueron recibidos con hostilidad (insultos y piedras), pero en Alemania se les tributó un recibimiento heroico, antes de su entrenamiento final en el campamento de Grafenwöhr (Baviera). El primer contingente de la División Azul estuvo integrado por 18.693 hombres, 641 oficiales, 2.272 suboficiales y 15.780 soldados.
El precio de la guerra
En total, unos 45.000 españoles (entre voluntarios y reemplazos) marcharon hacia un destino que muchos no comprendieron hasta que ya era demasiado tarde. El precio fue atroz: cerca de 5.000 cayeron entre el barro y la nieve, quedando sus cuerpos dispersos en multitud de fosas comunes perdidas en la inmensidad de Rusia.
Para los que sobrevivieron a las balas, les esperaba un tormento aún mayor: unos 400 hombres, demacrados y heridos, cayeron en manos del Ejército Rojo. Arrancados del infierno del frente, fueron arrojados a otro aún más cruel: los temidos gulags. Más de un centenar murió en el exilio siberiano, lejos del sol español.
La última repatriación llegó tarde. El 2 de abril de 1954, el vapor Semíramis atracó en Barcelona con 286 supervivientes: hombres demacrados, con miradas vacías y almas marcadas por una década de horror. España los recibió en silencio, sin desfiles, solo con el luto por los que nunca volvieron.
Jiennenses condecorados con la Cruz de Hierro del Führer
La provincia de Jaén no estuvo ajena a este fervor. Según investigaciones detalladas, 72 hombres de esta tierra fueron enviados al frente ruso, y dos de ellos recibieron la más alta condecoración del ejército nazi: la Cruz de Hierro de primera clase.

Uno fue el teniente José Escobedo Ruiz (1923–1944), natural de La Carolina pero criado en Porcuna. Abandonó el seminario siendo menor de edad para unirse al bando nacional. Ya en el frente soviético, protagonizó una de las hazañas más recordadas de la División Azul: cruzó a nado el helado río Volchov, eliminó a varios soldados enemigos en combate cuerpo a cuerpo y defendió su posición bajo condiciones extremas. La prensa alemana lo describió como "un héroe legendario". Falleció años después en el Hospital Militar de Jaén, a causa de las heridas sufridas en combate.

El otro fue el comandante Miguel Román Garrido (1899–1960), natural de Jamilena. Al mando del II Batallón del Regimiento 269 (conocido como el "Batallón Román") destacó en la brutal Cabeza de Puente del Volchov. Su unidad fue considerada por mandos alemanes y por el general Muñoz Grandes como una de las más eficaces del contingente español. Los soviéticos la identificaron como la más temida de toda la División Azul.

La Cruz de Hierro perdida
El episodio más insólito de esta historia lo descubrí cuando comencé a investigar la figura del comandante Román para este artículo. Fue entonces cuando me topé con una breve pero desconcertante mención en dos periódicos locales. La noticia decía:
“Terminada la procesión, el heroico comandante Román se personó en la iglesia parroquial de San Ildefonso y colocó sobre la sagrada imagen su condecoración de la Cruz de Hierro, que en adelante lucirá para siempre”.
El hecho tuvo lugar el 31 de agosto de 1943, en plena festividad de la Divina Pastora. En un gesto inesperado y solemne, Román entregó su Cruz de Hierro como ofrenda de agradecimiento por haber regresado con vida del frente ruso.
Intrigado por la historia y el paradero actual de la condecoración, contacté con una persona vinculada a la parroquia. A través de ella, la junta de gobierno de la cofradía accedió a colaborar para intentar esclarecer los hechos.
La sorpresa surgió mientras examinaba viejas fotografías de mi archivo personal, capturadas durante una procesión de la Divina Pastora en 1966. Entre ellas, una imagen llamó especialmente mi atención: se distinguía claramente una medalla colgando del cuello de uno de los tradicionales borregos que acompañan a la Virgen, cuyo diseño guardaba un asombroso parecido con la Cruz de Hierro. Era indudablemente la misma, aquella insignia que, con el paso de las décadas, se había convertido en una reliquia silenciosa, un enigma sepultado por el tiempo. Su historia se había desvanecido entre generaciones de devotos, que ignoraban por completo su procedencia, su trascendencia y el motivo de su presencia en aquel lugar tan singular.
A partir de este hallazgo, se inició una revisión exhaustiva del archivo fotográfico conservado por la cofradía. Fue entonces cuando algunos de sus miembros recordaron vagamente la existencia de "una cruz antigua que portaba uno de los borregos", lo que no solo confirmó su autenticidad, sino que también puso de manifiesto el desconocimiento generalizado sobre el origen de la pieza.
Poco a poco, las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar. Emergió entonces el recuerdo de un episodio ocurrido en los años ochenta: el robo del camarín antiguo de la Divina Pastora, donde el ladrón sustrajo varias joyas de la imagen, entre ellas pendientes, colgantes y, como se descubriría después, también la singular Cruz de Hierro.
Este incidente, con el paso del tiempo, había caído en el olvido colectivo. La revelación que surgió al examinar aquellas fotografías antiguas sorprendió a la cofradía; habían redescubierto no solo la existencia, sino la verdadera historia de aquella condecoración. Se trataba del símbolo del heroísmo de Román, un emblema que se perdió para siempre.
Epílogo: más que una curiosidad histórica
Hoy, esta historia representa mucho más que un episodio singular. Para algunos, los integrantes de la División Azul fueron héroes anticomunistas; para otros, cómplices de un régimen genocida. Más allá del debate ideológico, quedan los hechos: fueron soldados, voluntarios, creyentes... Pero, en el fondo, fueron solo hombres. Hombres que partieron y, en su mayoría, nunca regresaron. Hombres marcados por una época turbulenta y una condecoración que, al pasar de una solapa militar a un altar religioso, encierra en su trayecto la complejidad moral, simbólica y humana de la posguerra española.
*Mi agradecimiento especial: a Jesús Cobo y a la Junta de Gobierno de la Cofradía de la Divina Pastora por su amable colaboración al facilitarnos su imagen e información. ¡Muchas gracias!
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