Un Domingo de Ramos entre lo onírico y lo tangible

CRÓNICA

La primera jornada de la Semana Santa de Jaén desafía la previsión inicial y logra poner a todas sus cofradías en la calle con una ciudad abarrotada de público

El vídeo más antiguo de la Semana Santa de Jaén: casi un siglo de historia

Los jiennenses se echan a la calle para presenciar la primera de las procesiones de la jornada: la Borriquilla (II)
Nazarenos y mantillas en el cortejo de La Borriquilla. / Esther Garrido

Jaén/Llegaba más tarde de lo habitual, en el marco de un abril que tiñe ya los campos del verde primaveral. La celeridad por querer hacer un pronóstico eficaz con antelación ha provocado en las últimas semanas todo un río de predicciones meteorológicas de lo más variopintas. Así, la más agorera se imponía entre los cofrades con la aparición de una nueva borrasca: ese enemigo que acecha al más ínfimo movimiento de una cruz de guía. Olivier llegaba con su propio cortejo de nubes para arrancar un Domingo de Ramos más nublado de lo que cabría esperar.

Sin embargo, las palmas se mecían desde primera hora de la mañana en el interior de Belén y San Roque, donde los niños se acercaban al paso de La Borriquilla con absoluta admiración. La juventud de sus filas se refleja incluso en los hebreos que reciben al Señor de la Salud en su entrada triunfal en Jerusalén, una ciudad casi ficticia que se extiende sobre el asfalto en un urbanismo conceptual que añade todo un compendio de sensaciones a la causa. Así es la Semana Santa, digamos.

La ilusión de la mañana se despertaba poco antes de las once con los tres golpes clásicos de la 'llamá' sobre las puertas de la parroquia. "¿Quién va?" Y la respuesta, en el unísono silente que invade a la plaza, se repetía en una sentencia que recorre siempre a los presentes en un escalofrío, sin importar las veces que se escuche. "¡La hermandad en corporación!" Contra todo pronóstico, el cielo se abría a medida que avanzaba la mañana en una estampa que dejaba incluso más calor del esperado hacia el mediodía.

Procesión de La Borriquilla en Jaén.
Procesión de La Borriquilla en Jaén. / Esther Garrido

El Señor, vestido de rojo carmesí, parecía presagiar el color de su sangre derramada. Y, del mismo pincel, la Virgen de la Paz barría las calles con su airoso manto en pos de su hijo. Valiente es la puesta en escena de esta primera cofradía, lo más parecido a la portada de un libro que pretende conquistar tan solo con su aspecto. En La Borriquilla, por si alguien se lo pregunta, tienen más que superada esta afrenta desde hace años.

A pesar del debate incesante en torno al espacio de la populosa calle Almenas tras las últimas obras acometidas, el público se rendía en el entorno catedralicio con la interpretación de ‘La Esperanza de María’ por parte de la Agrupación Musical Cristo de Gracia, de Córdoba. La sonoridad de esta pieza escalaba los muros de Vandelvira en una suerte de cielo que ni el más hilarante de los cofrades habría sido capaz de soñar estos días atrás.

La luz que se extiende

Llegada la tarde, la ciudad se escindía entre el viejo Jaén y el más moderno. Por las grandes avenidas de El Bulevar parecía navegar el misterio de la Santa Cena: una quimera entre navío y retablo capaz de surcar los kilómetros que la separan del casco histórico. Los primeros nazarenos de San Juan Pablo II eran recibidos con la esperanza de saber que el pleno de cofradías en la calle era posible a pesar de todo.

Era el momento del apostolado en esta feligresía que continúa en plena formación: de un lado, en ese imponente paso que recrea todo un ejercicio de catequesis; y, de otro, en ese manto procesional de la Virgen de Caridad y Consolación que veía por fin la luz del sol después de que la lluvia nos privase de hacerlo el pasado año. El patrimonio de esta corporación se ha convertido con el paso del tiempo en un auténtico museo itinerante que poco o nada tiene que envidiar a las grandes capitales.

A la misma hora, barrio y cofradía se hacían uno solo en los resquicios de La Alcantarilla. Las largas filas de nazarenos llenaban las intrincadas callejas de esta zona de la ciudad toda vez que ascendían la empinada cuesta que los llevaría directos al centro. Una vez fuera la Virgen de la Estrella, con el fulgor que irradia su propio nombre, plantaba el jardín más exquisito que se haya visto jamás entre sus varales. Una delicia para la vista, que dirían algunos, y un perfume de embeleso para el olfato.

La devoción en torno a esta dolorosa es un sentimiento colectivo que se respira y se advierte hasta debajo del antifaz. No hace falta poner oído para saber que es una vecina más y, al mismo tiempo, no es una vecina cualquiera. Dentro y fuera de las que son sus calles, la Estrella es ejemplo de verdad en el mundo cofrade de Jaén. No está de más volver a demandar la ansiada coronación que sueñan sus devotos.

Salida de la Oración en el Huerto.
Salida de la Oración en el Huerto. / Esther Garrido

Al caer la noche se cumplía el sueño con las tres hermandades de la tarde dando testimonio de fe por las calles. En Carrera Oficial se palpaban las ganas de Semana Santa después del sinsabor sufrido el pasado año. Desde la Oración en el Huerto en San Ildefonso hasta la Santa Cena de vuelta por Cuatro Torres no había rincón sin público a la espera de saciarse. Y loable era, en este sentido, la convicción de los jiennenses por arropar a sus cofradías hasta el último momento: la primera parte de la avenida de Madrid desafiaba la anchura de su asfalto para acoger a todo aquel dispuesto a vivir la primera eucaristía.

Por su parte, el Huerto jugaba en casa con un barrio más que acostumbrado al tránsito de cofradías por su entorno. Todavía sorprenden las dimensiones de su paso al cruzar el dintel de la basílica menor, donde el olivo parece brotar desde las bóvedas del templo. De igual manera, el Señor de la Piedad lucía con exquisito impresionismo para el cofrade a pie de calle en su rincón por excelencia: la calle Llana. Hasta en fase de carpintería se puede advertir con facilidad el que será uno de los grandes pasos de la Semana Santa jiennense.

Concluía así un Domingo de Ramos completamente inesperado, de la misma manera que empiezan las buenas historias. En este caso, aun conociendo el final de la misma, es inevitable sonreír ante lo que hoy se antoja un merecido regalo. Habrá quien lamente esta lectura que pronto será recuerdo. Mañana, tal vez, la luz nos deje seguir soñando.

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