Domingo de palmas y oración ante el firmamento divino
CRÓNICA
La hermandad de La Borriquilla emprende su salida por la mañana ante el retraso de las previsiones
La Virgen de la Estrella enfrenta la amenaza de lluvia y sale decidida al encuentro de sus devotos por las estrechas calles de su barrio
La Oración en el Huerto modifica su itinerario de regreso ante el inminente riesgo de precipitaciones
La Santa Cena se resguarda en su templo y no realiza la Estación de Penitencia
Ya se advertía desde primera hora de la mañana que el Domingo de Ramos sería un día de agitados cambios en las alturas. Precisamente desde abajo, un cielo plomizo arrastraba malos augurios a pesar de la temperatura. Con todo y con eso, el corazón de los cofrades se despertaba ajeno a esa desidia imperante entre los más pesimistas. Se adivinaba la misma ilusión de siempre en el blancor de las primeras túnicas, mientras los niños hebreos acudían a Belén y San Roque desde rincones dispares de la ciudad.
Como en una nueva Jerusalén encajada entre las cuestas y callejones, los cofrades se acercaban desde primera hora a la coqueta plaza de Belén, capaz de formar linde entre las grandes avenidas y el remanso eterno de la Loma del Royo. Antes de entrar Jesús en la ciudad fortificada, Jaén volvía a pedir paso a los nazarenos en su particular venia. “¡La hermandad en corporación!”, resonó el mandato cuando restaban apenas unos minutos para las 11 de la mañana. Y como un tropel las puertas del templo se abrieron ante el ensordecedor aplauso de un pueblo ansioso por recibir a los primeros capirotes.
De blanco inmaculado y ante el cimbreo de las palmas el cortejo se lanzaba de lleno a las calles con los nervios ya cosidos al propio antifaz. Desde dentro, los costaleros acercaban el verdadero misterio de la fe hasta el dintel. La Semana Santa de Jaén empieza de la mano de un hebreo, el mismo que muestra al pueblo ese Jesús humilde, sin trono ni gloria. Así, la Borriquilla salía a la calle con el garbo propio de una cuadrilla formada en las trabajaderas y la misión de ser los primeros mensajeros de Cristo.
Tras de él, la Madre caminaba con la entereza de unos flecos barriendo el aire, casi queriendo disipar las nubes al acecho. Su advocación: Paz, prácticamente un ruego entre las oraciones del pópulo ante las últimas guerras acaecidas. En el verdor de sus ojos cualquiera podría admirar la espera de una pasión que, como toda madre intuye, habría de cumplir lo escrito. Su única lágrima, conmovida entre la emoción del triunfo y el temor, era el auténtico preludio para leer entre las cortinas de incienso dibujadas en la malla del palio.
La llegada de la cofradía a la carrera oficial se tomaba como un pulso directo con el tiempo, tanto que los nazarenos ya empezaban a adivinar la desconfianza entre los presentes, cuyos paraguas bajo el brazo se agitaban constantes. Sin embargo, el Señor de la Salud continuó bajo las faldas del emporio catedralicio para pasar por Almenas, una calle de auténtico sabor cofradiero para las hermandades que han sabido buscar la belleza del céntrico urbanismo, lejos de los bloques residenciales y el lienzo de asfalto.
De regreso ya y con el minucioso conteo de algunas gotas insignificantes, la corporación decidía acelerar su vuelta con un ritmo más ligero. La multitud regresó a la larga avenida para ver uno de los momentos clave de esta primera dolorosa de la Semana Santa jaenera. La lluvia acabó llegando hasta la Cuesta de Belén en forma de pétalos que, al compás de la música, ponían aroma y color a una mañana gris antes de su entrada triunfal.
Al mal tiempo, buena cara
Y llegó la tarde con la constante actualización de las pantallas en las distintas plazas. La previsión de agua se cernía sobre los partes meteorológicos de Andalucía. De hecho, se sucedían una tras otra las suspensiones de algunas hermandades de diferentes puntos de nuestra tierra. Con 23º C las cofradías de la Estrella y la Santa Cena congregaban a los curiosos en sus respectivas sedes canónicas desde primera hora. Una temida lluvia de barro atenazaba la difícil decisión de salir o no a la calle.
Transcurridos diez minutos de la hora prevista, la Hermana Mayor de la corporación del Bulevar lamentaba comunicar la decisión de suspender la estación de penitencia. El alto valor patrimonial de sus pasos, así como la lejanía e imposibilidad de refugiarse fuera de su templo en caso de aparecer un chubasco marcaban las pautas de la sentencia. Desde el complejo residencial apenas tuvieron ocasión alguna de barajar posibles esperanzas. El margen de las horas se mostraba absurdo para algunos ante una predicción tan certera como imposible de esquivar.
Muy al norte de la ciudad, el Bulevar asistía al abandono de sus extensos parques mientras los ancianos de la residencia de mayores Caridad y Consolación presenciaban la organización de un cortejo inconcluso, que empezaba y terminaba en los bancos de esta joven parroquia entre llantos de decepción. En San Juan Pablo II se abrían las puertas para que los presentes pudieran rezar ante sus imágenes y admirar el misterio de la Santa Cena: ¡una iglesia andante incapaz de pasar desapercibida! El tabernáculo intacto invitaba a orar en una delirante ilusión para escuchar la voz del Señor: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo”.
Igualmente, el estreno de esta Semana Santa se quedaba sin desfilar por las anchas avenidas. La obra bordada por Javier García y Martín Suárez en el manto de esta Virgen Niña primorosamente vestida eleva a una categoría superior el patrimonio artístico de una cofradía a la altura de las grandes capitales. Su diseño de un Pentecostés de arquitecturas barrocas y una importante presencia del apostolado transmite una máxima clara: si los discípulos siguieron en todo momento a Jesús, tampoco quisieron dejar sola a su Madre.
A la misma hora los jiennenses barrían las empedradas calles de La Alcantarilla en busca de la recoleta plaza de las dominicas, desde donde los hermanos de la Estrella recibían sorprendidos en su Casa de Hermandad la decisión de efectuar su salida. A pesar de todo, su Virgen mantenía una luz impropia de un día tornado en gris. Desde luego, admirable es el firmamento que envuelve a esta bola de fuego que es el palio de la Reina de la Alcantarilla, una dolorosa que bien merecería la coronación de sus devotos. Se contaban por cientos los congregados entre las callejas, deseosos de recibir a esta señera hermandad de barrio, un cariz que los nuevos grupos parroquiales tratan de imitar en sus respectivas comunidades.
Imponente se presentaba el titular cristífero en su remozado paso, cuyos respiraderos buscaron la luz de un sol desaparecido a los sones del himno de Andalucía. Su maravillosa túnica bordada sobre tisú, un atrevimiento para este pueblo cofrade que a veces equipara al Rey de Reyes con el más pobre de los condenados. Desde el torreón del convento las religiosas dominicas compartían la clausura de sus oraciones a través del Señor de la Piedad, presentado en un pretorio casi encajado en la estrechez del Pilar de la Imprenta.
Su extenso cortejo no tardó en dilatarse desde el ejido de La Alcantarilla hasta alcanzar las cumbres de San Ildefonso, donde la muchedumbre recibía a la única hermandad en la calle. La cruz de guía a punto de entrar en carrera oficial y la dolorosa de Domingo Sánchez Mesa arrastrando vítores y sones macarenos a la Reja de la Capilla. De nuevo, la banda Pedro Morales de Lopera volvió a conquistar el podio de las formaciones musicales de nuestra provincia. Y con el palio abrazando el perímetro de la basílica menor, en la Oración en el Huerto decidían realizar su estación de penitencia con una ligera modificación en su regreso.
Dos hermandades en un solo cortejo
A las siete de la tarde las dos cofradías se fundían en una sola con el blanco y azul de sus hábitos y un mismo recorrido en común hasta la carrera oficial. El dintel de San Ildefonso enfrentaba las continuas amenazas de precipitaciones ante la valentía de la hermandad predecesora. El paso de Jesús orante salía con el impacto de los presentes ante la magnífica interpretación de la Asunción de Jódar en un espectáculo sin precedentes.
El Señor, vestido de blanco y con talit judío sobre las sienes, no lograba demostrar la calidad artística de sus facciones. El atavío de las imágenes parece una cuestión baladí en algunas juntas, incapaces de ver en ello la realidad de su función. Exponer las tallas con la máxima belleza no exime de la oración a cualquiera que la busque, si de verdad entiende la representación de lo que ven sus ojos. No ocurría de la misma manera con la Virgen de los Desamparados, ataviada con precioso tocado y luciendo por fin un espléndido manto de terciopelo ciertamente digno de cobijar a las primeras mujeres costaleras.
A un ritmo frenado hasta el entorno de Las Bernardas, ambas corporaciones avanzaban con el transcurrir de las horas. En pleno centro, los rezagados y algo desconfiados ocupaban los palcos y tribunas ante la llegada de cofradías. De manera inexplicable, las lluvias anunciadas desde días atrás seguían sin hacer acto de presencia, incluso cuando La Estrella recortaba su recorrido de vuelta por Ramón y Cajal. Hasta la calle Llana quedó muda sin su Señor de la Piedad en la eterna chicotá que regalan cada año cuadrilla y agrupación musical al regreso de la Carrera.
Finalmente, la Oración en el Huerto tomaba el mismo camino para cumplir su misión evangelizadora pasadas las 10 y media de la noche, en el mismo instante en que la protectora de La Alcantarilla alcanzaba su modesta plazoleta. El domingo de palmas concluía a efectos reales con una sensación agridulce, casi de incredulidad. Sin embargo, el poder del control se escapa de la solución para una primera jornada enfrentada a la inestable primavera. Qué curiosa estación: lo mismo hace renacer la vida en las flores que da muerte a la ilusión de sus colores. ¡Bendita o no tanto primavera!
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