Crónica negra de Jaén (VI): el cadáver sin nombre de Baeza

Sucesos

En marzo de 2008, el propietario de un olivar descubrió el cuerpo sin vida de una mujer desconocida en sus terrenos

A pesar de sus esfuerzos, a la Guardia Civil no le fue posible conocer la identidad de la fallecida hasta cuatro años después, por un caso distinto en Castilla-La Mancha

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El cadáver de la mujer se encontró en 2008 en un olivar de Baeza junto a la A-316
El cadáver de la mujer se encontró en 2008 en un olivar de Baeza junto a la A-316

El 26 de marzo de 2008, pasadas las diez de la mañana, el dueño de una finca olivarera de Baeza avisó, asustado, a un vecino. En sus terrenos, ubicados junto a la A-316, en el paraje del Llano de la Hacienda Mendoza, muy cerca de Puente del Obispo, acababa de encontrar un extraño bulto que parecía un cuerpo, pero no se atrevía a acercarse. Fue el amigo el que le echó valor y confirmó las peores sospechas: se trataba del cadáver de una mujer. Estaba semidesnuda, bocabajo y con media cara llena de tierra. No llevaba encima ningún tipo de documentación. Ante la falta de pruebas, la Guardia Civil acabó concluyendo que había muerto por culpa de un trastorno alimentario. Pero, a pesar de los esfuerzos de los investigadores, durante cuatro años resultó imposible conocer la identidad de la mujer. Este es el caso del cadáver sin nombre de Baeza.

El lugar del hallazgo

Una vez alertada por el descubrimiento, la Policía Judicial de la Guardia Civil comenzó a recabar todas las pruebas necesarias en el olivar para tratar de contestar todas las preguntas que había ya sobre la mesa: ¿quién era la mujer fallecida?, ¿cómo había llegado hasta allí?, ¿cómo murió?, ¿hubo otras personas implicadas en los hechos? Los primeros exámenes oculares permitieron sacar algunas conclusiones. La joven tenía entre 25 y 30 años, medía 1,64 metros, y tenía los ojos azules y el pelo castaño, aunque teñido de caoba. Sólo llevaba puesta una camiseta de tirantes y unas bragas. Estaba bocabajo, con la cara medio enterrada, y tenía tierra en las uñas.

En el suelo había señales de arrastre: pudieron haberla movido o pudo haberse desplazado ella misma, de ahí los restos de tierra en las uñas. Los forenses, en ese examen inicial, calcularon que llevaba muerta entre 24 y 36 horas. Se rastrearon los alrededores, pero no se encontró nada que pudiera pertenecerle ni que pudiera ayudar a identificarla. Una vez recogidas las muestras necesarias, el levantamiento del cadáver se decretó sobre la una y media de la tarde.

La Policía Judicial de la Guardia Civil inspecciona el olivar en el que se encontró el cadáver
La Policía Judicial de la Guardia Civil inspecciona el olivar en el que se encontró el cadáver / EFE

La investigación

El Juzgado Único de Baeza incoó diligencias para averiguar no sólo el nombre de la mujer, sino también las circunstancias que le condujeron a la muerte, y decretó el secreto de sumario. A partir de ese momento, se desplegó un amplio dispositivo de búsqueda: primero se consultaron los anuncios de personas desaparecidas en la zona, luego se amplió el espectro a toda España y, posteriormente, a toda Europa, aunque los investigadores se centraron en países orientales del Viejo Continente, de donde parecía que era natural la fallecida, según sugerían sus rasgos. El Instituto Armado difundió su fotografía y pidió colaboración internacional. Incluso se indagó en locales de alterne.

Hubo testigos que la vieron el 23 de marzo, tres días antes de que encontraran su cadáver, andando por el arcén de la A-316. Pero los agentes no lograban obtener nada concluyente. Además, nadie reclamaba el cuerpo. El caso parecía abocado a convertirse en una eterna sucesión de callejones sin salida. Sólo había un dato que daba esperanzas a la Guardia Civil para poder seguir tirando de algún hilo.

En los procedimientos de identificación de un cadáver, lo primero que hacen los agentes es cotejar su perfil genético con los que tiene almacenados en sus registros y, así, saber si esa persona está fichada por el motivo que sea. Para ello, usan el sistema CODIS, una base de datos de ADN que en España depende del Ministerio del Interior, pero que fue impulsada en los años ochenta por el FBI en Estados Unidos. Sin embargo, el perfil de la mujer encontrada en el olivar de Baeza no estaba guardado en los archivos policiales. Pero el CODIS también se emplea en la búsqueda de personas desaparecidas y en investigaciones criminales, cuando, en el lugar de los hechos, se encuentra ADN que no pertenece a la supuesta víctima. He ahí el quid de la cuestión. El de aquella desconocida no fue el único perfil biológico que la Policía Judicial jiennense había recogido en la finca agrícola. En la poca ropa que llevaba, había restos de ADN de una segunda persona. Pero, cuando los agentes introdujeron los datos en el sistema CODIS, el resultado fue también frustrante: esa otra persona tampoco estaba fichada.

Periodistas gráficos obtienen imágenes del lugar en el que se halló el cadáver
Periodistas gráficos obtienen imágenes del lugar en el que se halló el cadáver / José Pedrosa/EFE

¿Un crimen sexual o un trastorno alimentario?

En un primer momento se especuló con la posibilidad de que la joven sin nombre hubiese sido víctima de un crimen con móvil sexual. Dos días después del hallazgo de su cadáver, el entonces subdelegado del Gobierno en Jaén, Fernando Calahorro, informó de que, de acuerdo a la autopsia recién practicada, la mujer había fallecido por asfixia manual: todo apuntaba a que la cogieron por el cuello por detrás y le oprimieron la cabeza contra el suelo, según dijo. Y aunque los forenses no encontraron signos de agresión sexual, Calahorro afirmó que, en cualquier caso, era pronto para excluir cualquier hipótesis: puede que no llegara a consumarse ningún delito sexual, pero no resultaba descabellado pensar que la intención primera del posible agresor fuera esa.

Sin embargo, la teoría de la muerte violenta acabó descartándose necesariamente más tarde. En el olivar del Llano de la Hacienda Mendoza no había ningún indicio de que se hubiese perpetrado un homicidio: ni sangre, ni huellas en la tierra, ni marcas en el cuerpo. El hecho de que hubiera restos biológicos de otra persona en la ropa de la fallecida no quería decir que ese desconocido o desconocida hubiera estado con ella cuando murió ni, por supuesto, que la hubiese matado. Por todo ello, los agentes de la brigada de Homicidios de la Guardia Civil acabaron por encajar las piezas con lo que tenían: concluyeron que la joven padecía un trastorno alimentario, el Síndrome Pica, que conduce a quienes lo sufren a ingerir sustancias no nutritivas como tiza, yeso, hielo, virutas de pintura, bicarbonato de sodio, pegamento o papel. También tierra.

Según la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI), la pica es más frecuente en niños que en adultos. La sufre un tercio de menores de edad de entre uno y seis años, aunque también puede aparecer durante el embarazo. Sea como fuere, de acuerdo a los investigadores, tuvo que ser eso, una ingesta masiva de tierra derivada de ese trastorno, lo que le obstruyó las vías respiratorias a la joven y le produjo la asfixia. El Juzgado Único de Baeza dio por buena la explicación y sobreseyó el caso. Tras haber permanecido almacenada en la morgue del Instituto de Medicina Legal de Jaén, a la mujer se le dio sepultura en el nicho 61, fila 4, patio 5 del cementerio de Baeza. Más allá de estas indicaciones, resultaba fácil encontrar la tumba. Era la única en cuya lápida no figuraba nombre alguno.

El desenlace

Pese a ello, la Guardia Civil no se dio por vencida. En febrero de 2012, solicitó ayuda a la Interpol para intentar que, de una vez por todas, el misterio sobre la identidad del cadáver de Baeza quedara resuelto. Pero, como ocurre muchas veces, uno puede acabar llegando hasta la luz por caminos imprevisibles. El 11 de abril de ese mismo año, el Instituto Armado detuvo a una mujer en Castilla-La Mancha por un delito que la prensa de la época no especificó. Cuando los agentes introdujeron el perfil biológico de la arrestada en el sistema CODIS, saltó la sorpresa: el ADN coincidía con el que la Policía Judicial jiennense había encontrado cuatro años antes en las prendas de la mujer hallada sin vida en el olivar de Baeza. Gracias a ello se le pudo poner a esta nombre y apellidos. La fallecida era rumana, tenía 25 años y llevaba asentada cierto tiempo en la provincia de Ciudad Real, donde había convivido con la mujer detenida en la comunidad castellanomanchega. Finalmente, las autoridades inscribieron como difunta en el Registro Civil de Baeza a la joven hasta entonces innominada. La explicación oficial sobre la causa de su muerte sigue siendo la del trastorno alimentario.

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