A Dios, perdón, y un hálito de Esperanza para los cautivos
CRÓNICA
El Miércoles Santo deja el centro de Jaén completamente abarrotado de público deseoso de ver procesionar a las tres hermandades penitenciales de la jornada
La Junta apuesta por la protección del arte sacro y su aportación para el empleo en la provincia de Jaén

Jaén/La primera vez que uno visita el barrio de Santa Isabel siente algo parecido a caminar por las calles de un pueblecito que poco o nada tiene que ver con el trasiego de una capital. Su parroquia, casi de la misma forma, alberga una cofradía que ya asienta con cierta convicción su identidad entre los vecinos. Bajo el antifaz de algún nazareno podría adivinarse incluso el oficio de cualquier parroquiano, seguramente humilde, y precisamente eso es lo que genera el atractivo singular de esta cofradía.
Puede que la realidad de sus capirotes sea distinta a lo que imagina este cronista entre líneas, pero lo cierto es que el blancor de su hábito es capaz de albergar un matiz distinto según la luz con que se mire. Su recoleto templo, una ermita de rango elevado, concentra un bálsamo de fe cada Miércoles Santo en torno a Jesús Cautivo: el redentor que suspira en la soledad y el abandono de sus discípulos. Si existe un concepto para aunar belleza y conmoción debe ser algo parecido a esta imagen. Sobre bombos de exquisita talla salía este Cristo de túnica blanca para irradiar el mensaje de su redención con una única lágrima surcando su rostro.
El Señor de Santa Isabel lloraba en su recorrido hasta el centro y la banda de la Expiración ponía el sello musical. Se trata de otro de los binomios que forman parte ya del imaginario cofrade de la ciudad: mediando entre la vida espiritual y los sentidos, como diría Beethoven. Su paso de regreso por La Magdalena regalaba igualmente uno de los mejores momentos de la jornada. Lástima que el saludo entre hermandades no sea un habitual en nuestros desfiles procesionales y sus itinerarios.
Tras su eterno cautiverio, un palio blanco batallaba con la brisa vespertina para mantener su candelería intacta hasta la Carrera Oficial. La Trinidad, esa dolorosa que viste de blanco clavel, se asienta por fin en un cortejo que crece cada año. En ello tiene mucho que ver su feligresía, que recoge el regusto de una hermandad con mucho que ofrecer a la Semana Santa jiennense. Queda claro de antemano que el conjunto estético de esta corporación viene a sumar.
La Esperanza del Santo Reino
Lejos del pueblo a escala que esconde Santa Isabel, la cofradía del Perdón ponía su cruz de guía en la calle de manera puntual, a las cinco y media de la tarde. Cerca de 400 nazarenos ponían color a un itinerario de largas calles hasta alcanzar Roldán y Marín. La delicia de la jornada corría a cargo del Cristo del Amor y su cuadrilla. Son tantas las marchas que encaja este misterio en su caminar que el solo hecho de asistir a una de sus chicotás supone un gozo para el alma. Su paso por Almenas es el 'summum' de la cuarta pared: los testigos de la estrechez participan del Prendimiento al tiempo que el olivo besa los muros pétreos de la Catedral.
Hay quienes más comedidos prefieren al Señor del Perdón. La icónica imagen que tallase Palma Burgos recuperaba este año el tradicional indulto a un preso, costumbre perdida hace tiempo en esta hermandad. Ha querido la Providencia que sea precisamente en el año de la Esperanza cuando esta causa vuelva a tomar espacio en su salida. Con la casuística de esta estampa, el rescate de este hito evoca a su vez el remoto recuerdo de una cárcel que ocupaba en décadas pasadas el solar del actual Museo Íbero.
La Virgen de la Esperanza es también otra de las dolorosas que recogen el testimonio de la devoción popular. El movimiento de sus bambalinas es patrimonio inmaterial de los jiennenses, algo parecido al abrazo de una Madre que te deja marchar con un abrazo. Su llegada a la calle Hurtado provocaba una delirante primavera derramada sobre su palio a través de una lluvia perfumada. Todo está aprendido y medido al detalle en esta cofradía de Cristo Rey: desde la selección de las partituras hasta el exorno floral de sus pasos.
De la bulla al clasicismo
Así es el contraste de cada Miércoles Santo. Al margen de quienes gustan de ver la algarabía más propia de las procesiones que buscan el centro, la plaza de San Francisco se llenaba de curiosos desde primera hora. Son, por lo general, visitantes atraídos por la presencia de la Legión. Quizá sea una manera de atraer a aquellos que se encuentran lejos del bullicio cofradiero, lo que lamentablemente provoca más de un desencuentro en un público poco acostumbrado a seguir el protocolo de las hermandades. Cabe preguntarse pues si las calles se llenan para presenciar el espectáculo o por la sencilla razón de admirar al crucificado de la Buena Muerte.
Todo es clásico en esta cofradía con sede en el templo renacentista: desde sus grandes tronos hasta los trazos de su imaginería. Es un concepto claro de lo que supone mantenerse fiel a sí mismo. Y a pesar del pequeño recorrido que enfrenta esta procesión antes de adentrarse en la Carrera Oficial, el cortejo compuesto por cerca de 400 nazarenos y más de un centenar de mantillas pone en evidencia el gran patrimonio humano que atesora esta hermandad.
Culminaba así un Miércoles Santo de tregua con el tiempo hasta el último momento, en que una fina llovizna hacía deslucir el regreso de las hermandades. El agua hacía acto de presencia justo cuando el misterio del Descendimiento alcanzaba la calle Campanas. Bastaba con poner el oído entre la muchedumbre para saber que la lección del día anterior era tema de debate en cualquier círculo y la aparición espontánea de esta nube cortaba el aliento. Entre los blancos y negros de esta Semana Santa es fácil vertir la opinión sobre lo ajeno, si bien no está de más conocer lo que se habla fuera de los palcos. Hilando fino con la propia jornada pidamos más amor y unidad para los que viven angustiados.
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