La brigada de enfermeros jiennenses que fueron calle por calle en Catarroja, Valencia
Sucesos
"Sobre todo los hombres, lo único que querían es que no los vieran desahogarse, hablar y llorar contigo", expresa uno de los enfermeros.
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Jaén/“Cuando nos escuchaban hablar y decíamos que éramos de Jaén, todos se echaban las manos a la cabeza y siempre caía alguna una lagrimilla, incluso algunos se ponían a llorar un poco desconsolados”, cuenta Alba Valenzuela, una de las jiennenses de esa brigada de enfermeros que desde Jaén, se desplazó a Catarroja, en Valencia, para atender uno por uno a los heridos y afectados por la catástrofe que dejó la DANA en la provincia valenciana.
Como todos los pequeños actos de solidaridad, todo empezó con una simple pregunta por el grupo de WhatsApp del grupo de compañeros de enfermeros: ¿Quién podría ir a Valencia este fin de semana a ayudar? Alba Valenzuela tenía un conocido allí y su propuesta no tuvo lugar a dudas en la respuesta de sus compañeros. Esther Rodríguez, Miriam Aranda, José María Cruz, Francisco Javier Vidal y Yasmina Jiménez, la mayoría rondan los 25, todos contestaron con un sí.
Así, el pasado viernes y salieron de su turno cogieron el coche y partieron rumbo a Catarroja para curar con sus manos y acompañar como hacen en su día a día, en el fin de semana de descanso. “La primera sensación que tienes es como si hubiera habido una guerra o como si fuera una película. Que no podíamos estar en Valencia”, cuenta Alba.
Cuando llegaron, la organización era algo caótica. “Nos dijeron que no hacíamos falta, así que decidimos ir por nuestra cuenta a la mañana siguiente y fue totalmente un acierto porque no paramos en los dos días que estuvimos allí”, expresa Francisco. Por eso, esa misma noche se dedicaron a repartir alimentos por las calles y atendiendo a quien lo pedía.
Cargaron las mochilas a la mañana siguiente con todo tipo de medicamentos, lo necesario para hacer las curas y medicinas para entregar. Un cartel también a las espaldas con la palabra ‘ENFERMERÍA’ y con un megáfono caminaron calle por calle con sus botas y batas: “Somos enfermeros, asistencia sanitaria, cura de heridas, consulta”. Los valencianos se asomaban a sus balcones y casi no podían dar tres pasos atendiendo a los vecinos que les pedían ayuda o que subieran a sus casas a atender a personas mayores o con movilidad reducida.
Desde que los cinco enfermeros fueron, en los vecinos de Valencia el cansancio iba poco a poco acumulándose en sus cuerpos. Once días achicando barro, deshaciéndose de lo poco que les quedaba y ha quedado reducido a escombros, la ropa húmeda durante horas día tras día, o la dureza de las botas y la mezcla con el barro han provocado úlceras, infecciones, heridas, pinchazos de clavos, que iban atendiendo persona por persona y curando.
"Estamos abandonados"
“Estábamos juntos, pero conforme nos iban reclamando nos separábamos y a lo mejor dos se subían con una abuelita que nos avisaban desde el balcón para tomarle la tensión, para hablar con ella. Otros se quedaban haciendo un lavado de ojos porque le había salpicado barro. Hay mucha gente que todavía no puede salir, sobre todo gente mayor con las calles llenas de barro que pueden caerse”, narra Francisco
En los ancianos sobre todo, se manifestaban infecciones como gastroenteritis de orina por beber agua que no estaban en las condiciones óptimas de salubridad. Y muchas dudas, dudas sobre tratamientos, pues muchos llevaban más de tres días sin tomar su medicación, pero también sobre por qué estaba ocurriendo todo.
“Eso era un no parar. Hablando claro, la gente te decía: ‘es que estamos abandonados. Llamamos al centro de salud, no nos cogen el teléfono, llamamos al hospital, nadie atiende. La ambulancia, lógicamente, para cosas así, no viene. Lo único que nos estáis atendiendo’. Y esto dicho por casi la mayoría de la gente que atendimos: ‘sois los voluntarios sanitarios quienes estáis viniendo. Y no sois muchos’”, afirma Alba.
"Lo único que quieren es llorar contigo"
Los pueblos llenos de barro, los enseres destrozados en las aceras, la acumulación de basura, los coches montados unos encima de otros, el ejército de escobas guiadas por manos de voluntarios y vecinos, repitiendo el mismo gesto una y otra vez, el interior de las casas con paredes marrones y las estancias completamente vacías, sin nada. Es solo un reflejo de una catástrofe mucho mayor que ocurre cuando la luz del día cae y toca intentar descansar. Cuando los valencianos de los pueblos arrasados se van a la cama e intentan cerrar los ojos para dormir. El ruido de la maquinaria y escobas se apaga, las voces se callan y se despierta el ruido en los pensamientos.
El estado de salud físico en la mayoría de casos tiene una cura rápida, no ocurre lo mismo, con el mental y anímico después de días agotando las fuerzas en despejar sus casas y calles. Algunos aún en estado de shock y en otros la asimilación de lo ocurrido se abre paso, y los brazos y manos de los enfermeros jiennenses no solo han servido para curar, también para abrazar y consolar.
“Un chico nos paró y nos dijo que por favor, a ver si podíamos encontrar un psicólogo, que estaba muy mal. Todos te dicen yo cuando llega la noche no duermo por los nervios, estoy toda la noche llorando”, cuenta Alba.
“Las personas mayores lo están pasando fatal, incluso hemos llegado a hablar con personas que ya tenían por los primeros síntomas de estar depresiva, de yo me quiero morir, por qué me pasa esto a mí. Sobre todo hombres, que lo único que querían es que no lo vieran desahogarse su mujer e hijos, hablar y llorar contigo. Porque querían tirar para adelante, pero estaban destrozados. Y decías, joder, solo por esto merece la pena haber venido”, explica Francisco.
A pesar de todo el dolor y de no tener nada, la solidaridad era desbordante, cuando se les acercaban los vecinos les ofrecían lo poco que tuvieran en la nevera. "Todo el mundo te decía entra en mi casa, coge agua, siéntate, coge un zumo", afirma la enfermera. Allí, cuando terminaban la jornada se alojaban con una familia uruguaya y al medio día comían en la calle con lo que repartían en furgonetas.
Ambos, señalan el peligro de la insalubridad para la población. Cada día que pasa el foco de infección es mayor en muchas zonas donde aún queda mucho barro. Las aguas residuales que llevan estancadas desde que llovió se suma al agua de escapes de tuberías de baños y en el barro se concentran muchas bacterias, cuerpos en descomposición y basura. “No había agua potable, por ejemplo, a la hora de la ducha en las zonas íntimas no te podías dar con el agua y se va a tener que trabajar en ello", afirma Francisco.
Pero sobre todo, ambos destacan la importancia de la asistencia psicológica. "Creo que es un punto que se debe trabajar allí, pero muchísimo. Cuando todo se calme y la gente de verdad esté en la casa. Yo creo que se va a tener que hacer un trabajo, pero muy grande en ese aspecto, en el psicológico", expresa el enfermero.
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