El minero poeta que volaba con explosivos las minas de La Carolina en los 70

Provincia

Pedro Moya procede de una generación dedicada a la minería y a los 18 años comenzó a trabajar en el complejo de galerías y pozos que había cercano a su pueblo

El domingo 26 de mayo presenta su nuevo libro de poemas en el centro de interpretación de la Asociación Cultural Minero Carolinense

¿Volverá Linares a ser minera? 110.000 toneladas de plomo podrían ver la luz liderando la producción en España

Pedro Moya en una mina.
Pedro Moya en una mina.

Pedro Moya (72 años) veía a su padre salir y entrar de su casa de La Carolina agotado cada día por el trabajo en la mina. El plomo que se ocultaba bajo la zona entre Linares y Bailén era el sustento de todo un pueblo hace más de 100 años. Por sus venas corría sangre minera, sus abuelos habían trabajado en la mina y el padre de su padre murió en un trágico accidente trabajando en el interior de las galerías. Una piedra le cayó en la cabeza. Pedro Moya relata cómo hubo una época en la que murieron cientos de personas y en los años 20, un accidente sobrecogió a las poblaciones mineras, 23 trabajadores murieron asfixiados.

El destino le preparaba el mismo futuro que había seguido su familia de generación en generación. El padre de Pedro enfermó con 62 años, precisamente a causa de mina contrayendo silicosis, una enfermedad que no tiene cura y que afecta al sistema respiratorio por inhalar polvo sílice. Este material penetra en las partes más pequeñas del pulmón como los bronquiolos y alvéolos. “Mi padre no contaba nada, no quería dejarlo”.

Pero mientras llegaba este momento, el minero dedicaba su tiempo libre a otro oficio que le corría por las venas de forma irremediable, la poesía. Llenaba las libretas de estrofas en su cuarto a escondidas. Fue tan sólo con 18 años cuando debido a la enfermedad de su padre y la necesidad que había en casa decidió apuntarse a la lista para trabajar en las minas dónde habían estado sus progenitores. Era el mayor de ocho hermanos y le tocaba hacerse cargo, aunque sus padres no querían, pues conocían los riesgos de este duro oficio.

El dolor de cabeza por los gases de los explosivos

Al poco, lo aceptaron y empezó a trabajar como vagonero en la planta número 10 y a partir de ahí fue escalando hasta llegar a barrenista. Al principio, la empresa los colocaba en trabajos menos peligrosos, por eso comenzó llevando vagones desde el interior hasta el exterior. Después, aprendió con un compañero como ayudante dentro de las galerías y tras esto, otro compañero le enseñó el oficio de barrenista, a hacer voladuras y a manejar los explosivos. Desde entonces, su vida, prácticamente, la ha pasado dentro de las minas.

“Al principio me daba miedo, además la dinamita era sudorosa, entonces cuando la tocaba me dolía mucho la cabeza, estuve así un tiempo. Con el olor de la dinamita salía con dolores de cabeza de la mina impresionantes hasta que ya me acostumbré, al igual que a los gases del explosivo”, relata el carolinense.

En su época estaban trabajando con él unas 300 personas, la mayoría eran de La Carolina, pero también venían otros municipios y otras provincia, incluso un año estuvo junto a él, en las minas, un pakistaní. Un camión los recogía en su pueblo a las 7 de la mañana, entraban a trabajar, desayunaban en los vestuarios y se marchaban a las 2 de la tarde. Trabajaba en la mina Federico y además había oficinas y salas de máquinas. “En el interior todo éramos hombres, las mujeres lo tenían prohibido, si había alguna era fuera cogiendo los pintos de plomo. Estaban en los lavaderos para ir haciendo el lavado del plomo”, cuenta Pedro.

Trabajar en las minas era muy duro, tenían que utilizar martillos de columna con agua y cuando se soltaba en ocasiones la manguera les daba latigazos cuando se rompía. Había que “combatir” los techos, dar la voladura, regarla al día siguiente y eliminar el olor que quedaban de los gases del explosivo. “Teníamos que trabajar casi en cueros, nos poníamos un pantalón cortos, y arriba prácticamente nada, un casco, la lámpara, y una camisa muy débil para que no te cayera en la piel el aceite que tiraban los escapes del martillo”.

"Escribía cuando sentía las campanas tocar por la muerte de un minero"

El calor y la humedad eran tan grandes que tenían que usar poca ropa ya que la ventilación en algunas zonas era también escasa. El olor también es algo que aún recuerda. Es diferente, allí adentro olía a la quemadura del explosivo que suelta cuando dinamita, los gases se quedaban impregnados por toda la galería, y los escapes de los martillos se quedaban pegados al cuerpo.

Por las tardes, a pesar del agotamiento, su imaginación y sensibilidad nacían de dentro de su alma de los lugares más recónditos como las minas y escribía poesía. Era algo innato para él. “Era un chiquillo cuando escribía cuando sentía las campanas tocar por la muerte de un minero. Lo escribía en mi casa y lo dejaba en una libreta, mi madre me lo quitaba casi todo del medio”, expresa Pedro con la voz quebrada. A su abuela, su gran confidente, y quien intuía la destreza de su nieto con las palabras, le escribió un poema de su fortaleza para sacar a sus tres hijos adelante tras morir su marido cuando eran muy jóvenes. “Mi abuela me contaba historias y sintió directamente la muerte de su marido”, relata el carolinense.

Era la historia de muchos vecinos de la zona marcados por el plomo. Bajo el suelo de las comarcas pasaban muchas horas, se terminaban forjando amistades y también dando cabida a las bromas. Pedro cuenta una novatada que siempre va a recordar: “Estaba con el primer barrenista y había dinamita que estaba pasada, la teníamos allí guardada, siempre nos duchábamos en la mina, me puse la ropa y me empezó a picar las piernas mucho, me escocían y mi compañero que estaba sentado no paraba de reírse. La dinamita la restregó en los pantalones y me tiré una semana con las piernas escocidas”, explica Pedro.

Presentación de su libro

“Para mí la minería es todo”. Por eso, junto a compañeros y familiares mineros fundaron la Asociación Cultural Minero Carolinense y crearon un centro de interpretación donde llegan decenas de personas desde todos los lugares de España, para dar valor a unas minas que fueron las mayores productoras del mundo de plomo. El sueño de Pedro antes de morir es poder hacer visitables las minas romanas compuestas por 36 columnas de piedra y por la que presentaron un proyecto, del que no han obtenido respuesta por parte del Ayuntamiento ni administraciones. Así como de acondicionar también las minas de El Sinapismo y reconstruir las antiguas casas que habitaban los mineros y sus familias para que puedan servir de albergue. Llegaron a crear un plan de viabilidad, pero tampoco han tenido respuesta para avanzar.

Es de la manera que Pedro quiere honrar a sus familiares y a todos los mineros que han trabajado en su interior. Mientras tanto, como siempre ha hecho, él continúa escribiendo sobre sus recuerdos mineros, el amor y la soledad. Ya ha publicado tres libros, el último, ‘Recuerdos y Sueños de un Minero’ lo presenta mañana a las 19:00 horas en el centro de interpretación, en colaboración con la Caja Rural.

Presentación del libro de Pedro Moya.
Presentación del libro de Pedro Moya.
stats